Las polémicas declaraciones del ministro de consumo, Alberto Garzón, sobre la ganadería intensiva ha traído de rondón el problema real de las macrogranjas en España.
El escándalo estalló debido a la puesta en tela de juicio la calidad de los productos cárnicos españoles que realizó el ministro. Esto puede suponer un daño en la imagen para todo el sector, tanto en grandes como pequeños productores. Pero este motivo, que ha suscitado réplicas a Garzón desde la oposición, el propio sector o hasta sus propios compañeros en el Ejecutivo, ha dejado pocas respuestas sensatas.
La crítica genérica e injusta de Alberto Garzón sobre la ganadería intensiva —que puede abarcar diversos modelos— nos permiten señalar el peligro de las macrogranjas. Los pronunciamientos del ministro se han concretado en propuestas del Gobierno, que pretende limitar el número de cabezas de ganado permitidas dentro de estas instalaciones.
Al margen de la retórica ideológica de Garzón y multitud de grupos ecologistas, las macrogranjas producen una serie de problemas que son reales. Uno de ellos, es el modelo de negocio que más se parece a la depredación, con las prácticas típicas del capitalismo en negocios de posesión de tierra y recursos primarios.
Así funcionan varias industrias cárnicas, sobre todo porcinas, como las de El Pozo, Campofrío o Incarlopsa. Buscan pueblos con pocos habitantes, dentro de los territorios declarados recientemente «España Vaciada», que se caracterizan por una poca capacidad de respuesta civil. La estrategia que siguen es sencilla: acuden a un ayuntamiento con escasos recursos al que se puede tentar con un ingreso de IBI o impuestos locales ligados a licencias. El reducido número de vecinos evita una respuesta social ruidosa a nivel mediático.
Habitualmente también intentan, sin éxito, convencer a una parte de la población con promesas de empleos, pero estas instalaciones no ofrecen demasiados puestos reales y duraderos para que resulte convincente.
En los últimos años, ha habido cierta tensión a nivel nacional para dar respuesta conjunta a estas instalaciones, al menos por vía judicial y con pretensión de que alcance un cierto impacto en los medios. Algunos ejemplos de macrogranjas frenadas completamente o en parte, evitando ampliaciones, han sido Priego (Cuenca) o Noviercas (Soria).
Los principales problemas achacables a este tipo de producción ganadera es la imposibilidad de abastecimiento hídrico, debido al elevado número de cabezas de ganado. También producen un daño en los sectores económicos existentes en este tipo de territorios, relacionados al turismo, como la caza, la pesca y deportes de naturaleza. A esto se suman elementos como la dificultad para el almacenaje de los purines porcinos, causando en su proceso contaminación, tanto del aire como de las fuentes de agua cercanas.
En todo caso, el principal problema a señalar, desterrado de las agendas de izquierda y de derecha, es el de la paulatina desaparición del pequeño productor, que otrora fue el que avivaba el campo español.
La izquierda del Sistema, en su evolución hacia un ecologismo casi misántropo, pretende proteger la naturaleza desnaturalizando al hombre y su relación con el medio ambiente. Garzón y varios miembros del gobierno, en aplicación de la Agenda 2030, han manifestado su intención de reducir, o hasta eliminar, la carne de la dieta humana. Ya es frecuente que personalidades ecologistas o izquierdistas propongan la ingesta de insectos y larvas como fuente de proteínas —excluyéndose a sí mismos de este cambio de hábitos, claro está—.
Desde la derecha, la propuesta genérica para todos los sectores económicos consiste en asfixiar al pequeño a favor del grande, apelando a las dinámicas del mercado. Aunque estrangular al pequeño suponga que un pueblo o una comarca vean destruidas el resto de sus actividades, en favor de la macro producción. En consecuencia, esta práctica sólo puede empujar a la despoblación y engrosar, más si cabe, los hormigueros urbanos.
La carne es un bien necesario en la alimentación, y en nuestro tiempo requiere de una producción mayor dado el incremento demográfico contemporáneo. Pero existen modelos de granjas de semiestabulado, alternativos a las macrogranjas, que mantienen una producción ganadera intensiva sin herir el entorno local.
Estos otros modelos de granja producen carne de modo intensivo sin dañar el medio, ya sea por su ubicación en enclaves sin problemas de abastecimiento, por su mejor tratamiento de residuos o por el número sostenible de cabezas de ganado con que trabajan.
El argumento más común a favor de las macrogranjas es la reducción del precio final de la carne en las macrogranjas. Pero, aunque esto se tome por cierto, hay que recordar que las entidades intermediarias del producto volverán a incrementar a encarecerlo. Es la práctica estándar en cualquier producto absorbido por oligopolios: la reducción de precio siempre es fugaz y efímera. No obviemos el inmenso daño que supone dejar el campo español y el importante sector ganadero en manos de pocos propietarios.
Pedro Albendea, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo