El Coloso democrático

Maarten van Heemskerck, Grabado de «el Coloso de Rodas»

«Comparto con ustedes la convicción de que Colombia está primero, de que debemos defender esta democracia sin apego alguno a las aspiraciones personales». Si esta frase le ha hecho chasquear la lengua por lo empalagosa, usted tiene sentido común.

Un poco de contexto: Oscar Iván Zuluaga, candidato del uribismo, manifestó su rechazo a unirse a «Equipo Colombia» (una coalición de centro derecha) en una carta abierta. Las réplicas no faltaron, tornándose esta discusión en un torbellino de cartas abiertas que sólo los más desocupados están dispuestos a leer enteras.

¿Es la costumbre de las cartas abiertas un signo de deliberación política, consenso y civilización? No. Lo único que demuestra es el intento de la democracia moderna de dar un espectáculo. El entarimado está listo y el público anhela sangre.

Los votantes, muy a pesar de ciertas teorías, no son seres racionales; caen con facilidad bajo el influjo de su bilis y vísceras. Son proclives a convertirse en hinchada, cuyos cánticos casi nunca se alzan para glorificar sus propios colores, sino a amedrentar al enemigo, al otro.

La característica de la democracia no es el consenso o la libertad, sino reducir la cosa pública a contrarios reconocibles. Nos ahorra la faena del pensar: como jugar a indios y vaqueros.

Mientras el rifirrafe democrático acaece con sus mítines, propaganda insulsa y verborrea televisada, las oligarquías celebran en sus cócteles. Celebran, pues saben que el régimen seguirá en pie pese a lo que propongan los candidatos. El conflicto es artificial.

Pero hemos de recordar el curso de la historia: toda tiranía, tarde o temprano, cae por su propio peso. El Coloso de Rodas, majestuoso escudriñando el horizonte mediterráneo, besó el suelo.

Felipe Criollo, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín