Esa falsa convivencia llegaría a un momento de roce en 1986, cuando sucedió el llamado «levantamiento de Diciembre» («Jeltoqsan» en kazajo), debido a las órdenes del Kremlin de no dejar a un funcionario kazajo ser el presidente de su república soviética autónoma. Gorbachov en sus memorias contaba que era una petición personal del presidente anterior, para eliminar la influencia de quien sería presidente de Kazajistán hasta hace poco, Nursultán Nazarbáiev. Al colocar a un ruso étnico en el poder, los estudiantes kazajos iniciaron protestas. El Kremlin comprobó que tenían organización y temió un empeoramiento de la situación, por lo que ordenó desplegar fuerzas policiales, militares, y la KGB misma, iniciándose una persecución brutal contra los estudiantes que finalizó con al menos 168 de ellos muertos a manos las fuerzas militares o los servicios secretos del Estado soviético.
El resto de la población kazaja no compartía el espíritu rebelde de la juventud, y durante el referéndum de separación en 1991 la mayoría votó en contra de su separación de la URSS. Pero tras el intento de golpe de Estado a Gorbachov, la separación de la nueva República se hizo efectiva. En esta parte de la historia nos acercaremos más a entender las causas próximas de los problemas actuales.
Por aquel entonces, el país kazajo recién independizado eligió a quien irónicamente habían combatido como miembro del mismo aparato soviético: Nursultán Narzabáyev, quien mantuvo a la vieja oligarquía del antiguo soviet, mientras reforzaba el poder ejecutivo para evitar alguna erosión significativa de sus perrogativas presidenciales. Tenía frente a sí una sociedad kazaja, en principio apática, pero que iba dando muestras de sacudirse ante las décadas de persecución agresiva o pasiva de su fe; lo que era aplicable tanto a musulmanes como a cristianos. En el contexto regional, eso significaba una infiltración de escuelas musulmanas radicales. Durante esa época el gobierno de Nursultán adoptó ciertas características políticas de su vecino norteño, como las coaliciones grandes, intentando asimilar tanto el pasado soviético como los rasgos anticomunistas. A ello sumaba medidas en pro del Estado-nación, y cierto olvido de la identidad rusa, algo que era común a toda oligarquía post-soviética y que causaba indirectamente abusos contra los rusos étnicos.
Ante los sucesos en Afganistán, la inteligencia del país preveía una ola de terror salafista, que comenzó, de hecho, con incidentes aislados dirigidos a atacar establecimientos gubernamentales desde el 2006, a lo que se agregó el descubrimiento de planes de atentar contra edificios gubernamentales. En 2011 el asesinato de policías en el norte del país despertó más sospechas, haciendo que el Estado intentara promover una suerte de débil «islam iluminado» que se contentaba con perseguir sectas no registradas.
Cabe mencionar que la población católica en la región no se vio muy afectada, destacando la figura de un clérigo en perticular: Monseñor Schneider.
Nursultán a pesar de su aparente cercanía a Rusia se orientó lentamente a buscar un equilibrio, que se traducía en una política externa con cercanías locales a Irán y China (como la ayuda prestada a este último país para perseguir activistas uigures, normalmente relacionados con grupos salafistas), además de realizar intentos de hallar terreno común con el panturanismo turco (sin aparente éxito).
Como siempre, hay en estos acontecimientos un momento en el cual se tuerce todo, más que nada comenzando por las peleas internas partisanas de Nursultán, junto con ciertas tensiones étnicas en las zonas occidentales del país entre una minoría rica llamada dunganos, contra los kazajos étnicos. Todo ese conjunto de amenazas de inestabilidad obligó a renunciar a Nursultán, que aun así trató de mantenerse de hecho en el poder, escogiendo al tecnócrata Kassym-Jormat Tokayev.
Kassym Jormat era pupilo de Nursultán Narzabáyev, pero no dudó dos veces en anunciar la bajada de los precios a las pocas horas del dos de enero del presente año, en el que hubo protestas «pacíficas» por el precio del gas, que amenazaban con incendiar de violencia el Sur del país. En segundo lugar, purgó ciertos sectores de los miembros cercanos a su antiguo mentor en los ministerios, y expulsó a Narzabáyev del consejo de seguridad del país. Se entiende esa acción, aunque pongo en duda el interés de ciertos grupos en la élite de intentar frenar los acontecimientos, y más conociendo ciertos roces previos.
Los sucesos siguientes parecían darle la razón, ante la capacidad de esos grupos de establecer comunicaciones clandestinas, los saqueos a edificios gubernamentales y los innumerables reportes de «rebeldes entrenados» y sectores del ejercito amotinándose y acusando al jefe de seguridad estatal, Masimov, de alta traición y de tener contactos con «wahabitas».
Al mismo tiempo que Kassym pedía ayuda a las tropas rusas y de su esfera. Los rusos, siendo precavidos, se esforzaron para no parecer como invasores frente a la prensa internacional, y se presentaron como aliados, desplegando batallones de budistas étnicos (tuvanos), para dar una sensación de «hermandad» frente a la propaganda contra la temida «opresión rusa». A pesar de ello la insurgencia formada dio batalla, con ciertos grupos paramilitares grabando videos llamando a un alzamiento, irónicamente filmados en suelo ucraniano y ayudados por sus nacionalistas.
A pesar de ello, lograron pacificar la situación, no sin bajas y con la sospechosa ira de la diplomacia turca y americana, con el secretario de estado Anthony Blinken protestando por una supuesta desproporción de las autoridades kazajas. Se añade que aún no se sabe el paradero del expresidente Narzabáyev, siendo quien sí era consciente de la situación desde antes.
(Continuará)
Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Blas de Ostolaza.