
El día 05 de febrero cumple un aniversario más la última Constitución Política de los Estados Unidos Mejicanos. ¿O la penúltima? Con esos documentos nunca se sabe. Siendo todo cuadernillo constitucional el acta legitimadora de un golpe o usurpación, toda constitución está permanentemente en riesgo de ser abrogada por un golpe instaurador de su propio cuadernillo, por lo que es siempre preferible tratarla como la penúltima.
El día de su aniversario, sin embargo, pretende ser definitivo. Y no fue elegido por casualidad. Tal día es, en el santoral, el día de San Felipe de Jesús: el primer novohispano elevado a los altares, principalísima efeméride en los lejanos tiempos de paz. Fue elegida tal fecha para la promulgación de la Constitución de 1857, intentando así usurpar el lugar de la festividad legítima; y volvió a elegirse para la promulgación del cuadernillo de 1917.
Tal cuadernillo —el de 1917— es el que sigue vigente, al menos en sentido figurado, pues se reforma, en promedio, siete veces al año. Tiene mayor frecuencia su reforma que actualizaciones el teléfono celular, y eso es lo que la república llama «ley fundamental», suelo fangoso y sísmico sobre el que se erigen las demás instituciones. Casi no hay párrafo que no haya sufrido una reforma, como no hay reforma que no haya sufrido, a su vez, reforma. Y no siempre para bien. En ocasiones lo que se ha hecho es una devastación, práctica muy republicana.

Ahora que el máximo tribunal revolucionario es también tribunal constitucional, cada reforma de la reforma tiene interpretación que, según el magisterio republicano, accede al propio texto del cuadernillo, por lo que, por si no fuera suficiente, tenemos también una sofisticada —y sofística— hermenéutica devastadora de la devastación. A veces nos preguntamos si no será Atila el Huno el padre del constitucionalismo.
Pero el problema no es de reciente aparición. El tren no se descarriló —como dirían algunos— hace pocas décadas, cuando se comenzó a llevar el cabello largo y los pantalones bombachos; ni —como piensan otros— cuando los tecnócratas tomaron el poder porque eran los únicos funcionarios capaces de redactar los despachos sin faltas de ortografía. Ya desde su origen, desde el Congreso Constituyente, era el espíritu de devastación el que imperaba en la sala.
En su cara más institucional, el aquelarre de 1917 fue relativamente carente de ideas nuevas. Se limitó a reformular los principios que contenía el cuadernillo de 1857 —para la época ya devastador—, subiendo el tono, sin embargo, de algunos artículos anticatólicos, preparando la persecución que se desataría algunos años después. La abrumadora pertenencia de los miembros del constituyente a la secta de los iniciados es cosa, por su parte, ya demostrada por la historiografía, y confesada también por la oficialista. Siempre es útil recordar los elementos que el jacobinismo quiere desarrollar y el conservadurismo conservar.
Pero el Congreso de 1917 tuvo también su lado divertido. Los venerabilísimos padres constituyentes, borrachos, insultándose y amenazándose a menudo —los aires de 1917 todavía olían a pólvora—, o simplemente dormidos mientras se discutían los artículos del Proyecto, pequeñas perlas anecdóticas que el Diario de Debates recoge en diversos pasajes. Perlas que a uno le hacen sonreír cuando ve a los constituyentes actuales imitando con exactitud a sus predecesores, incluso cuando las sesiones se graban y se transmiten por televisión; y a los correctos maestros republicanos, con sus pulcros trajes y corbatas, haciendo esfuerzos sobrehumanos para ocultar a sus alumnos la realidad del «Poder Constituyente».
Rodrigo Fernández Diez, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta de Méjico