El discernimiento está cada vez más arrinconado: su práctica ha sido olvidada. En su lugar predominan la corrección política y la división que reina en nuestra sociedad. Esta vez, toca volver a dividirnos y tomar bando: la Unión Europea y la OTAN o Rusia. Resulta llamativo que en situaciones tan delicadas como esta los gobiernos más fuertes se limiten a seguir las directrices de las grandes «alianzas» a las que pertenecen (salvo contadas excepciones como Polonia el pasado mes de octubre cuando se negó a reconocer la primacía del derecho comunitario de la UE sobre su derecho nacional). Una vez más, se ha manifestado la pérdida de discernimiento y de capacidad propia de estos países para desentrañar el fondo de estas cuestiones. Esto lleva a que sus gobiernos ejerzan una doble moral inevitable.
Rusia no va a tolerar que la OTAN instale bases militares en Ucrania –cosa que ocurrirá si se hace miembro– que además de suponer una gran amenaza por ser una tierra fronteriza es también un territorio fundamental en la historia rusa. Se trata de un vínculo desde tiempos pasados. La doble moral se encuentra en que, si Rusia desplegase cuerpo militar y tanteara con instalar armamento en Cuba, Occidente saltaría y respondería en igual o mayor medida. Estados Unidos no permitiría de ninguna forma que esto ocurriese, como en efecto terminó de resolverse la crisis de los misiles de Cuba en 1962. El conflicto, que alcanzó el nivel de tensión más alto en la Guerra Fría, tuvo su resolución por medio de negociaciones entre Kennedy y Jrushchov, antiguo líder de la Unión Soviética.
Rusia se siente con razón amenazada por el control que supondría para la OTAN hacerse con Ucrania y acercarse todavía más a Moscú. Al igual que Estados Unidos en 1962, es entendible que una nación que se ve repentinamente en peligro –en este caso Rusia– por el asentamiento de una potencia en territorio cercano esté obligada a evitar a toda costa que esto ocurra. La doble moral está en condenar las acciones de Rusia cuando los gobiernos occidentales no tolerarían –y con razón– si Putin decide instalar bases militares en Cuba. Reaccionarían como lo hace hoy el Kremlin.
Discernir resulta esencial para no contribuir a la división que se impone para escoger un bando u otro. Estas realidades tan importantes no se resumen en estar a favor del gobierno de Putin o de la Unión Europea. El hecho de comprender la postura de Rusia en este caso no impide condenar otros asuntos de los cuales son responsables como su apoyo a los gobiernos crueles de Venezuela o Cuba. Se trata de comprender este acontecimiento por las causas y consecuencias que encarnan, huyendo también de la doble moral de muchos países y las grandes organizaciones supranacionales.
Luis A. Brito, Navarra