Vindicación del General Varela (I)

El General Varela en su despacho. Diario de Cádiz

Hace unos días, algunos medios de comunicación, como el periódico La Razón, entre otros, se hizo eco de la retirada de la estatua del General Varela de la Plaza de España de San Fernando.

Hacía ya tiempo que el monumento estaba en el punto de mira de los próceres de la desmemoria histórica. La renovación urbanística de la zona ha servido de pretexto al Ayuntamiento para consumar la infamia. El otrora Hijo Predilecto de San Fernando se pretende ahora enterrado en el olvido con su heroica efigie retirada del callejero isleño.

De entre los artículos que han aireado la mezquina retirada del monumento, han sido pocos los que han recordado su vinculación con el carlismo, y las excepciones lo han hecho no sin cierta timidez. Aunque no nos sorprende el intento, más o menos disimulado, pero habitual en los medios, de pasar de puntillas por todo lo que tenga que ver con el tradicionalismo político español, lo cierto es que la estrecha relación del General José Enrique Varela con los carlistas merece alguna consideración, en orden a vindicar a este insigne soldado que bien merece un puesto de honor en nuestra historia.

General Varela

Es cierto que nuestro hombre fue, en primer lugar, un católico ferviente, y sabemos que desde temprana edad tuvo por libro de cabecera la Imitación de Cristo. Fue también, en segundo lugar, un patriota infatigable, dispuesto siempre a dar su vida en cada acción de guerra que emprendía, como así lo demostró en su dilatada carrera. En tercer lugar, fue monárquico convencido, decepcionado con Alfonso (el llamado XIII) y la supuesta monarquía parlamentaria. Con estas características, la fuerza de los hechos le acercaría naturalmente a la orilla del carlismo.

Sin embargo, es importante resaltar que el buen general era un militar africanista, y esto, aunque parezca una obviedad, lo determina todo. Varela, Sanjurjo, Cavalcanti, Franco, Mola, Millán-Astray, Queipo de Llano, Miláns del Bosch… Los grandes militares que hicieron el norte de África forjaron estrechas relaciones de lealtad resistiendo el embate de los rifeños y sorteando emboscadas de las cabilas. Algo que no ocurrió entre los militares «que vivían apoltronados en sus tranquilas vidas de guarnición en la metrópoli», a menudo ascendiendo gracias a las logias (de hecho, el decisivo control de la masonería sobre el Ejército postnapoleónico se quebró, precisamente, con los africanistas). África nos dio un nuevo tipo de militar: el hombre recio y aguerrido, práctico en sus intereses y leal en su obediencia. Los africanistas no eran aficionados a la política, como podría decirse de los grandes espadones del XIX, sino militares profesionales, acostumbrados ya a la guerra moderna. Estas características singulares les convierten a menudo en figuras inclasificables, de difícil adscripción política. Por eso mismo se da la paradoja de que José María Pemán, el primer biógrafo de Varela, le atribuye la condición de carlista, y Martínez Roda, en la que es su última biografía, se la niega, al menos en su significación plena.

Pero José Enrique Varela no fue un africanista más. Un vistazo superficial a su hoja de servicios lo demuestra: Varela fue uno de los pocos militares de nuestra historia en recibir dos veces por acciones de guerra la máxima condecoración militar, la Cruz Laureada de San Fernando. Muy pocos han alcanzado semejante proeza; entre ellos, otro gran general igualmente vinculado al carlismo y ya mencionado: José Sanjurjo Sacanell. Estos dos prohombres fueron los militares más sobresalientes y respetados de su generación, incluso entre las filas enemigas, dentro y fuera de la metrópoli.

General Sanjurjo

De hecho, ambos fueron grandes amigos, hasta el punto de que Varela se comprometió en la Sanjurjada sólo por lealtad al navarro. Y fue precisamente su participación en la conspiración, a la postre providencial, lo que inauguró su estrecha relación con los carlistas, pues le llevó a compartir presidio con muchos de ellos, primero en Sevilla y luego en Guadalajara.

En la cárcel trabó una gran amistad, entre otros, con el entonces comandante Luis Redondo, mano derecha de Manuel Fal Conde y organizador del Requeté junto con Enrique Barrau; y fue Luis Redondo quien le introdujo en el pensamiento de Vázquez de Mella y otros tradicionalistas, cuyas obras conseguía colar en las visitas. El General Varela mostró pronto una sincera y cariñosa simpatía por el tradicionalismo y una gran esperanza en el Requeté, contribuyendo a la redacción de sus célebres Ordenanzas y Reglamentos. Además, las pésimas condiciones de los presos le empujaron a exigir mejoras, que obtuvo por su capacidad natural de liderazgo. Así consiguió que alojaran a los presos en salones más ventilados y se permitiera celebrar la Santa Misa. Sería el comienzo de una larga relación en la que el general bilaureado no dejó de ayudar a sus amigos. En esta época, comprobó cómo la Fe se encarnaba en los ideales de resistencia de aquellos «carlistones», como decía cariñosamente, que ni aun en los momentos más duros entonaban el toque de retreta.

(Continuará)

Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella