Es un hecho que en la actualidad hay una gran división entre los católicos. La cual se da en todos los órdenes y sentidos y va desde rencores personales hasta grandes cismas.
Ante esta difícil situación surge el espontáneo deseo de que los católicos estén más unidos, pero esta reacción implica cierto riesgo, ya que no toda unidad es buena y, por otra parte, la búsqueda idealista de la misma conduce finalmente al desaliento. Muchos se escandalizan al ver estos conflictos y pierden la esperanza en el Reinado Social de Cristo. Creen que «no se puede hacer nada» en el ámbito político y reducen esta virtud teologal al campo de la salvación personal.
Para no caer en estos errores, es necesario conocer los fundamentos: La unidad no es un bien intrínseco, no es un bien en la totalidad de los casos. La unión será positiva si el criterio unificador es la verdad y el bien, y no lo será si la motivación es simplemente aglutinar un mayor número de voluntades, sin tener en claro el fin.
El ecumenismo moderno es un caso patente de una errada búsqueda de unidad: se pretende tender puentes entre la Religión Católica y las falsas religiones desechando las diferencias sustanciales. La Iglesia ha siempre defendido el sano ecumenismo, pero entendiéndolo como la conversión de quienes están en el error. Es correcto luchar por la unidad de la Iglesia, y no por la unidad de las iglesias.
A su vez, cuando se habla de la unidad de la Iglesia, es necesario definir qué es lo que se busca. Es erróneo, por ejemplo, pretender unir a los católicos con los «católicos» liberales. En estos casos, no debe lamentarse que exista la división, sino, más bien, de la presencia del error en los cristianos: la división es simplemente un producto de la difusión del error.
La unión que sí hay que buscar es la de los católicos de recta doctrina. Lamentablemente, a menudo, distintos grupos o personas, se enemistan fuertemente por diferencias accidentales. En vez de discutir y mantenerse en el plano de las ideas, pasan directamente a la descalificación y a la ofensa personal, olvidando la caridad.
De todos modos, se debe evitar un ideal utópico de unidad, que, al no poder concretarse nunca, termina en la desilusión. Por causa de la naturaleza humana caída, los desacuerdos entre los hombres son en parte inevitables. La unión perfecta de los católicos en verdad y caridad, solamente se dará en la patria celestial.
La historia, «magistra vitae», enseña que las divisiones entre los católicos perjudican, pero no imposibilitan el Reinado Social de Nuestro Señor. El ejemplo está en el proceso de formación de la Cristiandad medieval, que no fue un camino de puro amor y fraternidad. Sino que en el mismo hubo graves conflictos de todo tipo: reinos cristianos en guerra, clero regular contra clero secular, el imperio contra el papado, gremios de estudiantes contra obispos, obispos contra papas y un largo etcétera.
En definitiva, el católico debe trabajar firmemente en pos de la unidad de la Iglesia, aunque entendiéndola correctamente. Ha de luchar contra las divisiones, pero dándoles solo su justa importancia, sabiendo que son un obstáculo, mas no un impedimento para la reinstauración de todo en Cristo.
Benito Costantini – Círculo Tradicionalista del Río de la Plata.