El economista español Román Perpiñá decía que el liberalismo económico había viajado en el tiempo, desde el ethos de la libertad (libertad como auto-determinación, en sentido moderno, para comerciar y enriquecerse sin límite), hacia el ethos de seguridad. Simplificando, esto equivale a decir que, cuando la coyuntura es favorable, se reclama inhibición creciente de la autoridad política en la economía, mientras que cuando el mantra de la libertad ilimitada genera consecuencias negativas para el bienestar de los plutócratas, entonces se pide la intervención del poder político para reconducir el estado de cosas; es decir, que su furibundo odio al rol político en la economía, derivado de la primacía ideológica de ésta sobre aquélla, se relativiza cuando de proteger sus intereses se trata. De lo que se infiere que, en realidad, los liberales no son, ni anti-estatistas, ni filo-estatistas: simplemente son siervos de la crematística, único fin que perciben para la economía, siendo todo lo demás medios que pueden manipularse hacia la consecución de ese fin.
Lo anterior viene al caso de que, recientemente, en la prensa económica se podía leer un artículo titulado: «El furor por las “criptos” solo se explica por la liquidez de los bancos centrales». Absolutamente cierto. Tan cierto como que hace años que los liberales vienen hablando de las bondades de las criptomonedas, mientras navegan al rebufo de la burbuja generada por los bancos centrales, cuya política de inundación monetaria de las economías, ha provocado la devaluación de las divisas tradicionales, y la canalización de esa misma liquidez artificial hacia productos de carácter especulativo.
Ahora, con permiso del conflicto mundial en que nos adentramos, la hoja de ruta de los bancos centrales es subir los tipos de interés y reducir las compras de deuda, en definitiva, normalizar aunque sea mínimamente el desmadre de los últimos tres lustros. Ese desmadre, que desde hace tantos años se denuncia desde los think tanks liberales, va tocando a su fin. Hay que pagar la fiesta. Y eso incluye a las adoradas criptomonedas, con las que tantos se han enriquecido gracias a las políticas expansivas pretéritas que tanto criticaron. Los mercados monetarios y de deuda irán retomando una cierta normalidad (se ajustarán a las condiciones de mercado, tal como dicen los liberales), y eso fortalecerá a las divisas tradicionales en perjuicio de las virtuales. Los promotores de las criptomonedas y sus usuarios, tendrán su parte de factura que pagar.
No obstante, parece que esa hoja de ruta puede ralentizarse por exigencias de la situación geopolítica. Como buenos antimilitaristas absolutos, es probable que los liberales empleen el conflicto como excusa para seguir culpando a los Estados occidentales de prolongar la situación de supervivencia financiera artificial a través de inyecciones de liquidez, mientras siguen con su propaganda especulativa sobre productos generados al calor de tales inyecciones.
Y es que, al margen del postureo ideológico, al capitalismo le interesa que el dinero no pare de circular. Y cuanto más, mejor, porque en el fondo saben que el sistema no es capaz de crear riqueza ilimitada como venden los teóricos del capitalismo, sino que necesita materia prima como una chimenea necesita la leña. Y de igual modo que no esperamos que la leña se reproduzca sola, tampoco así el dinero, sino que hay que fabricarlo: eso implica seguir comprando tiempo (para el capitalismo, el tiempo es dinero, pero asimismo el dinero es tiempo), hasta que el tiempo sea tan caro que todo se derrumbe. Mientras tanto, seguirán llenando papel y tapando fracasos, con teorías conspiracionistas que supuestamente impiden la realización de las metas del libre mercado.
Javier de Miguel, Círculo Abanderado de la Tradición y Ntra. Sra. de los Desamparados de Valencia