De la pertenencia (I)

El antropólogo Donald E. Brown, profesor de la Universidad de California en Santa Bárbara, resolvió enfrentarse al relativismo que había dominado la disciplina etnológica durante la mayor parte del siglo XX. Con aquel fin publicó Human Universals en 1991.

Lo que su trabajo materializa, en efecto, es una apología analítica de la existencia de maneras comunes en la especie humana: el uso de nombres personales, la comunicación verbal y quinésica, la jerarquía, la exogamia, la territorialidad, la división del trabajo, la creación simbólica a partir de mitemas, la fidelidad expresada a través de juramentos, la regulación de la herencia y los rituales de duelo, verbi gratia. Reparemos en que, aun cuando este listado es sólo un breve apunte nuestro, refleja hechos relacionales, asociativos, no individualizadores.

Debemos concluir, por lo tanto, que del reconocimiento de unos tipos de universales humanos afiliativos se han de derivar unas formas de vinculación que contengan, consecuentemente, un mismo poso de universalidad aun en sus diferentes expresiones formales diatópicas y diacrónicas: vínculos de fecundidad y de parentesco, vínculos de labor, vínculos tribales, regionales y políticos, vínculos afectivos y vínculos desafectivos, vínculos sobrenaturales, et cetera.

A dichas formas de vinculación natural les han de suceder, en tercer grado, unas instituciones (la familia, el gremio, el municipio…), como resultado de la contraposición de los universales humanos primarios con distintos condicionantes (geográficos, bélicos, demográficos, etc.) sucedidos en el curso del tiempo y según unos principios de funcionalidad, de jerarquía y de adyacencia. La forma de las instituciones, en efecto, no es inmutable, ni su pervivencia está afirmada previamente. Para la continuidad institucional entre generaciones son precisos unos valores mínimos pro conservatione de los vínculos que son su fundamento. Así, en materia de valores preservativos elementales, nos referiremos aquí a la lealtad (cumplimiento de los pactos), a la fe (aceptación del testimonio recibido) y al temor o coacción. Força de coratge e leyaltat han parentesch, advertía Ramon Llull.

En la misma medida en que es vasta la variedad de instituciones humanas, incluso conteniendo elementos universales, ningún individuo puede negar que existan diferentes modos humanos de ser y de actuar grupalmente. Aristóteles, al presentar en el Ars Rhetorica los puntos de la persuasión en el discurso, cita en primer lugar el ethos, correspondiente a la credibilidad moral del orador, seguido del pathos (las emociones suscitadas en el oyente) y el logos (la capacidad de demostración del discurso). Posteriormente, el nombre de ethos pasó a emplearse como proposición de forma particular de existencia, circa modus essendi. En consecuencia, podemos afirmar que, llegado el tiempo de deterioro de alguna de las antedichas instituciones de base natural, resultarán diferentes ethos en virtud de cómo los hombres opten por afrontar la crisis sobrevenida.

Rubén Navarro Briones, Círculo Tradicionalista San Rafael Arcángel