De Dodos (V): Dodo de la comunidade

Nursia, Italia. Itinerari.

Consideré muy seriamente escribir este artículo o, simplemente, añadir una breve nota en otro, recomendándoles encarecidamente la lectura del artículo del profesor Gambra dedicado a la deconstrucción de la perniciosa obra del señor Rod Dreher, La opción benedictina. Pero luego me acordé, por su bien (o, quizá, por su mal) de que no se trataba de ningún artículo, sino de una conferencia que tuve ocasión de escuchar hace un par de años. Tampoco es cuestión de resumírsela porque, si yo me pusiera aquí a citar al profesor Gambra eso elevaría de manera extraordinaria la calidad de esta columna. Y eso podría considerarse un caso claro de parasitismo o de plagio.

Lo digo porque el espécimen de dodo que nos ocupa esta semana es el Dodo Yankee doodle o Dodo de la Comunidade. Y permítanme esta violencia al lenguaje castellano por mor de la tan deseada y buscada aliteración. Creo que hemos dejado suficientemente claro en las semanas que preceden que ideologías como el comunismo, y la socialdemocracia, por su absoluta ineficacia para resolver los problemas de la gente normal (y por su insaciable necesidad de dinero), contribuyen con sus fracasos a hacer avanzar la máquina del sistema liberal capitalista que, cada vez para mayor cantidad de personas, parece ser el único modo de vida razonable; incluso, por cierto, para la inmensa mayoría de los socialmemócratas podododemitas y para todos los socialdemócratas. Comunistas, es que creo que ya no quedan.

Cuando hace algunos años se publicó en los Estados Unidos de América un libro titulado La opción benedictina, despertó una enorme atención entre los círculos tradicionalistas, también aquí en Europa, pues el autor proponía una especie de escapada a la campiña de los católicos, con la intención de constituir una suerte de comunidades aisladas, preferiblemente alrededor de abadías benedictinas (ésas que tan numerosas son aún y que tan pobladas están en el Viejo Continente, por cierto), con la finalidad de preservar nuestra cultura, nuestra religión y nuestro modo de vida de los ataques de las diversas ideologías anticristianas que recorren nuestro mundo. Una opción seductora sin duda. Una opción completamente impracticable en Europa, donde no tenemos la costumbre de crear reservas para indígenas o para minorías religiosas más o menos estrambóticas como los amish o los mormones. Pero, sobre todo, una perspectiva absolutamente interesante para nuestros enemigos, puesto que les resultaría tanto más fácil localizarnos y acabar con nosotros en la medida en que decidiésemos reunirnos y aislarnos. Pero incluso aunque no llegáramos a poner en práctica los consejos del señor Dreher, esta triste perspectiva de poder hacer algo así y no lograrlo bastaría para desactivar en la práctica los proyectos verdaderamente serios de restaurar la ciudad católica. Esto, dejando aparte los numerosos problemas doctrinales de la obra, convenientemente identificados por el profesor Gambra en aquella conferencia, no artículo, que yo escuché y ustedes no.

Dodo «más seco que el jerez»

Pero el principal problema de una tal actitud o de una tal resolución es que es profundamente egoísta y contraria a la caridad. Por eso me recordó inmediatamente a una de las primeras apariciones de nuestro señor Dodo: cuando la furiosa mar arroja a la infeliz Alicia a una playa donde una ristra variopinta de moluscos, peces y aves corren alrededor de un promontorio rocoso en el que el Dodo, ayudado de una oportuna hoguerita calienta sus posaderas, terriblemente remojadas después de una turbulenta travesía marítima. La simpática comitiva de bichos corre sin cesar alrededor del promontorio. Alicia se pregunta, inquieta, en voz alta qué podrán estar haciendo tales criaturas y el Dodo le responde muy amablemente que corren para secarse y que ella debería también correr con ellos para secarse a su vez. El problema es que, como la carrera en círculos tiene lugar justo al borde del mar, cada vez que las olas rompen en la orilla vuelven a remojar a todos los participantes. Alicia, que no es tonta, se queja de esta circunstancia al Dodo quien, indignado, a lomos de su roca y con su fogata, le responde que él «ya está más seco que el jerez».

No me cuesta nada imaginarme a Rod Dreher pontificando dodilmente de esa guisa. Sus pequeñas comunidades benedictinas, adecuadamente aisladas del mundo, de las tentaciones y de las malas ideas, podrían muy bien «secarse» rápidamente de las aguas infectas de nuestro mundo entorno. Pero quizás algún día, algún miembro de una de esas comunidades descubriera alguna infeliz Alicia arrojada también por un mar tempestuoso a sus orillas. A la infeliz Alicia se le diría: «Tendrás que correr con nosotros para secarte también. Pero tú sigue corriendo a la orilla del mar», es decir, quédate en tu ciudad de origen y no vengas a profanar con tus ropas mojadas y tus cabellos chorreantes, mi roca y mi fuego. Alicia se quejaría: «Y, ¿cómo pretende, señor Dreher digo, señor Dodo, que me salve yo también, que pueda ser una buena católica en medio de la ciudad mundana si cada vez que me pongo a correr para secarme viene una nueva ola a remojarme de arriba abajo?» El señor Dodo, claro, no entendería nada, asido a su peñasco caldeado.

Pequeña aldea aparentemente idílica, apta para el dodo comunidade

El problema es que, como el peñasco del Dodo Comunitario, las aldeas de resistencia católica deberían tener un tamaño necesariamente pequeño. Quizás incluso acabarían cayendo en un sectarismo absolutamente inadmisible, puesto que para preservar la pureza de esas especies de micro ciudades católicas tendrían que acabar expulsando a todos los pecadores y a todos los no creyentes o medio creyentes de la comunidad. Eso por una parte; por otra, creo que los católicos tenemos también un deber para con nuestros prójimos; incluso para con nuestros prójimos no creyentes; incluso para con nuestros prójimos pecadores: es el deber del apostolado, el deber del ejemplo, el deber de procurar convertirles, el deber de rezar por ellos, de sacrificarnos por ellos; de mostrarles con nuestro amor y nuestra entrega que queremos que ellos también se salven, aunque a menudo dudemos de su salvación y aunque a veces porque también somos frágiles y débilespensemos que quizás sería mejor que no se salvasen, porque nosotros, al fin y al cabo, nos hemos esforzado mucho más que ellos. Un peñasco con suelo radiante en forma de comunidad católica aislada fomentaría, creo, a la postre y en exclusiva, sólo el último de estos comportamientos.

No sé qué grado de éxito han tenido las propuestas del señor Dreher en los Estados Unidos. Pero si existe alguna comunidad de estas características, no le auguro un futuro muy venturoso. Nadie, ni las aldeas galas católicas de Dreher, ni los círculos carlistas de aquende y de allende, ni siquiera la FSSPX están exentos de infiltraciones liberales y modernistas, y quien diga lo contrario miente, o es un cínico. Pretender permanecer en la exquisita pureza doctrinal sin mezclarse con los errados, los pecadores y los abandonados de este mundo por no contraer ninguna de sus enfermedades intelectuales es una actitud, aparte de muy poco caritativa, que supone dar la bienvenida a, al menos, una idea perfectamente protestante y liberal: la de la doble predestinación o de la comunidad de los salvados.

No me gustan los calvinistas. Me gustan muchísimo menos cuando se disfrazan, aunque fuera temporalmente, de católicos como el señor Dreher. La Nueva Jerusalén bajará del cielo engalanada como una esposa para su esposo, como nos dice San Juan en el Apocalipsis. La Nueva Jerusalén no la fundaremos nosotros, ni en las llanuras de Pennsylvania ni en colina alguna de la provincia de Soria, ni tampoco en ningún peñasco de la costa, alrededor del cual danzan sin cesar pececillos, moluscos y aves, procurando secarse mientras las salvajes olas del mar rompen sobre ellos una y otra vez.

G. García-Vao