![Cruz en el Maelstrom, por David Mª González](https://periodicolaesperanza.com/wp-content/uploads/2022/03/Cruz-en-el-Maelstrom-por-David-Ma-Gonzalez.jpeg)
Avisa don Diego de Saavedra Fajardo en su empresa 48 que «el desengaño es hijo de la verdad». El príncipe católico, actuando conforme a la razón y socorrido por la gracia divina, «conoce la verdad de las cosas», y no se ofusca con las novelerías del mundo ni los engaños de la opinión. La prudencia política, guiando las virtudes del monarca por el camino del bien común, no se apoya en las cavilaciones teóricas del mundo caído, sino en lo que las cosas son. No cimenta su labor política en el vaciado metafísico de la realidad, ni se apoya en las ideaciones arbitrarias que irradia el Maelstrom nominalista.
La traditio hispánica sostiene desde el Siglo de Oro, frente a esa gran máquina de vacío que es la vía moderna, una defensa consistente de las esencias. Es una lid teorética, no teórica. Como bien explica en el número 537-538 (2015) de Verbo Juan Fernando Segovia: «Dada la exigencia de considerar la realidad del ente, no se puede identificar teorética y teoría» («La filosofía política de Danilo Castellano. La inteligencia del bien común», pág. 627). Y así, aplicando esta potente distinción, se esclarece la misión teorética y no teórica que hasta nuestros días abandera la venerable doctrina de la monarquía católica. Y es que, como decía Segovia a propósito de Castellano, «[c]uando se habla, entonces, de teorético, se denota la actividad de intelecto ordenada inmediata o intuitivamente a la indagación de los primeros principios, de las esencias, de la verdad» (págs. 628-629). Dicha actividad adquiere constantemente nuevas dimensiones, pues está en juego, ni más ni menos, la Causa de las esencias.
Es cierto que distinguir teorético de teórico califica nuestra misión de quijotesca en sus fines: no hay empeño más noble que proteger al desvalido orden natural— y escudera en sus medios: no nos faltan recetas sapienciales con que avisar al mundo de sus extravíos mentales. Usando el concepto reivindicado por Leopoldo-Eulogio Palacios en su apreciable Don Quijote y La vida es Sueño, la empresa de la tradición es prudencialista. No puede no serlo, pues, ¿acaso desvincular la política de las esencias no es la imprudencia suma? Si se descuaja la naturaleza de las cosas de la naturaleza de la política, el resultado es el nihilismo que amenaza a la humanidad. El bien común, succionado por el agujero negro nominalista, acelerará la vida social hacia la nada.
Lo dice Diego de Saavedra Fajardo: «Aprendan los príncipes de esta monarquía de lo criado, fundada en el primer ser de las cosas» (empresa 38). Y es que el arte de gobernar, en cuanto tiene de antiteórico, ha de levantarse como la columna rostrada del emblema 30: como recto y recio saber de «cosas universales y perpetuas». También en la bellísima empresa 32, la de la perla, afirma: «No pende la verdad de la opinión». Y lo sintetiza, para que no lo olvidemos, apelando a no buscar la verdad fuera de la propia esencia: «Ne te quaesiveris extra». Es una de las joyas de nuestro logos heredado: no ha de indagarse el acierto prudencial fuera del orden creado y restaurado. Hay que buscarlo dentro, como la perla que invoca Saavedra.
El nuevo numen terminista, triunfante desde hace siglos, no sólo agrede las esencias para, al hacerlo, corromper la política; es que al hacerlo enfrenta el bien común con el bien particular, para que el hombre sea el ser supremo para el hombre (Volney), para que el mundo tenga, como pretende Pico de la Mirandola, una dignidad inesencial y pueda autodefinirse.
Solamente la verdad es eficaz contra el Maelstrom nominalista, contra la máquina de vacío con que pretende extraer la naturaleza de las cosas para, dejándolas huecas, manipularlas a voluntad del que manda. En esta agonía ontológica no valen desvaríos intelectualoides, ni progresistas ni conservadores. Lo único que sirve es la verdad. Porque teniendo razón se tiene, en definitiva, la realidad.
David Mª González Cea, Cádiz