Ramiro de Maeztu y «The New Age» (I)

Ramiro de Maeztu

Al albor del siglo XX, y hasta la época de la Segunda Guerra Mundial, se extiende en los países occidentales un movimiento cultural creador de una atmósfera general de presunta contestación ante el fiasco de la civilización «clásica» del Estado liberal-burgués nacido de la Revolución industrial y capitalista, confiada sobre la ideología positivista del progreso científico indefinido de la humanidad, y cuyo descrédito se consuma con los horrores de la Gran Guerra. Este movimiento recibe el nombre de Modernismo, y guarda una enorme semejanza con la antigua corriente del Romanticismo, sobre todo en cuanto a su postura simulada de supuesta oposición al mundo jurídico-político revolucionario convencional, lo cual servía para disimular su perfecto encaje y complemento con ese mismo mundo, contribuyendo así a su consolidación. Tiene como fundamentos al «filósofo» Nietzsche y su ideología coherente con «la muerte de Dios»; y su principal foco de promoción se localiza en el ámbito anglosajón, en especial el inglés, en donde se manifiesta sobre todo en el terreno literario, tan bien descrito por Roy Campbell en su artículo «Tendencias de la literatura inglesa contemporánea» (Escorial, VIII/1949).

Si bien no son pocos los que se quedan en un estadio mental de pura crítica destructiva y desesperante contra la falsedad de la época victoriana, muchos otros tratarán de articular una posible solución, tanto en el campo intelectual-filosófico como en el socioeconómico. Es en este contexto donde surge, por un lado, toda esa pléyade de conversiones de literatos a la Religión verdadera, que ven en la Iglesia Católica el faro inconmovible que lleva al puerto no sólo de la salud espiritual, sino también de la mental, y que los transforma en profetas en su tierra (la Autobiografía de Chesterton sirve de ejemplo para la descripción de este itinerario vital). Pero, por otro lado, se propaga también una moda o corriente de pseudoprofetas renovadores de las viejas mentiras iluministas, y cuyo principal centro de difusión lo constituirá la Sociedad Teosófica neoyorkina de Blavatsky y de sus continuadores H. S. Olcott y A. Besant.

El Modernismo adquiere en la Península española unos rasgos específicos con ocasión del llamado «Desastre del 98», en donde el escepticismo frente al denominado «Régimen de la Restauración» se conjuga con una reflexión sobre la identidad y la razón de ser españolas (objeto de meditación no muy distante al que paralela y contemporáneamente se realizaba al otro extremo de Europa: en Rusia). En la esfera socioeconómica se manifiesta con la corriente del regeneracionismo; y en el terreno intelectual y cultural se articula (como genuinos frutos de la Institución Libre de Enseñanza), o bien en una especie de casticismo estético «fecundado» con europeísmo («Idearium español» presentado por los pensadores Unamuno y Ganivet como base de su Generación del 98), o de simple y pura europeización sin más (programa ofrecido por el «filósofo» Ortega a su Generación del 14). Es en este marco donde se sitúa Maeztu, a quien afectan especialmente los luctuosos acontecimientos ultramarinos, por ser Cuba escenario no sólo de la ruina económica de su padre, sino también de su muerte.

Con el cambio de siglo, quedaban atrás sus juveniles apegos a las ideologías optimistas usuales y se materializaba su inmersión en una actitud anarquizante que tanto habrían de recordarle sus enemigos en la época de la II República. En el semanario antimodernista Madrid Cómico (16/11/1901) le calificaban de «revolucionario; prosista nervioso y sanguíneo, nutrido de cultura sajona». Por entonces ya se había granjeado un nombre en el universo periodístico, no sólo por sus letras sino también por su (mal) genio. Julio Poveda publicó en el mencionado semanario un artículo injurioso («La combinación», 25/05/1901) contra otro caracterizado modernista, el escritor y legitimista (por entonces) Valle-Inclán; las crónicas relatan que la noche de ese mismo día el literato gallego y unos amigos suyos abordaron al dibujante Poveda y, confundiéndole con su hermano, uno de aquéllos le asestó un bastonazo en la cabeza, ingresándole inconsciente en una casa de socorro. Al parecer, el agresor fue el propio Maeztu, quien, ya fuera porque quisiera huir de la causa criminal que se le abrió al respecto, ya fuera porque (como afirmaba la versión «canónica» dada por la Prensa) quisiera «estudiar los problemas económicos de Inglaterra, en su relación con los de nuestro país», zarpó en Enero de 1905 hacia la patria de su madre como corresponsal del diario La Correspondencia de España. Su residencia en Londres, que se prolongará hasta Junio de 1919, no sólo será decisiva para su definitiva consagración en las letras españolas a través de sus interesantísimas crónicas descriptivas del panorama intelectual británico (haciendo honor al objetivo citado), sino para la evolución de su pensamiento como consecuencia de su integración en el gran debate de ideas que por entonces bullía en el orbe cultural inglés (dentro del entorno literario modernista antes delineado) y, en especial, en las páginas de su más influyente publicación del momento: The New Age.

(CONTINUARÁ)

Félix M.ª Martín Antoniano