Las alternativas del oso (I)

La última muralla china. Caricatura de abril de 1901

Cuando se convirtió Rusia al cristianismo —el año 988 según la datación de la Crónica de Néstor—, era Vladimir el Grande príncipe de Kiev. En Kiev se escribió la referida Crónica, desde Kiev que irradiaron los impulsos de la evangelización, en las Cuevas de Kiev donde se for­maron los principales místicos rusos y fue Kiev la capital política de los Rus incluso antes de su evangelización —desde tiempos de Oleg el Sabio (s. IX)—.

Más tarde preponderó políticamente Moscú, debido a la confluen­cia de dos circunstancias: el traslado de la sede del metropolita ecle­siástico de Kiev, así como la desembocadura —por motivos sucesorios— de la calidad de Gran Príncipe en el titular del principado de Moscú, primacía que consolidarían la pretensión de Iván III y Vasili III como causahabientes del Imperio y la elevación de la sede metropolitana de Moscú a sede patriarcal. No obstante, Kiev conservaría durante los si­glos siguientes una gran importancia política, eclesiástica y cultural, con fuertes roces cuya mención no puede omitirse pero, en términos generales, sin interrumpir sus lazos con la primacía moscovita, sirvien­do como barrera frente a intromisiones extranjeras. El propio término ukraina significa «frontera», pero no la frontera de Europa respecto a Rusia, sino de Rusia frente a Europa.

Los siglos posteriores resultarían, sin embargo, ser catastróficos para la relación entre Kiev y Moscú. El romanticismo literario inyectó durante el siglo XIX en la élite cultural rusa el veneno del espíritu na­cionalista, provocando la formulación de estereotipos de oposición dia­léctica que gradualmente permearían en dicho sector social. Entre di­chos estereotipos se encuentran la oposición exagerada entre el cristia­nismo «oriental» y el «occidental», la pretendida oposición entre el ele­mento cultural «europeo» y el «asiático», y dentro de la propia Rusia geográficamente europea, la falsa oposición entre las raíces eslava y germánica. Hemorragias internas de origen iluminista de las que no se ha recuperado Rusia.

Pero ello no sería lo peor. Observando dicho antecedente, e idean­do una oposición dialéctica todavía más divisiva que las anteriores, el régimen soviético se aplicó —utilizando la «des-rusificación» como pre­texto— a introducir una política sistemática de generación de naciona­lismos románticos al interior de las fronteras, conocida como koreni­zatsiia («indigenismo»). Es decir, la construcción artificial de localis­mos, dotándolos no sólo de una vasta gama de estereotipos nacionales diseñados por la intelligentsia, sino de entidad política moderna, es de­cir, constitucional, en escarnio de sus respectivas instituciones históri­cas. Ello fue particularmente doloroso en las regiones aledañas a Kiev, pues hubo que fabricar a sus habitantes una identidad postiza que, fal­sificando sus tradiciones, fuera utilizable como negación de los lazos de hermandad existentes con el resto de Rusia. El artificio recién inventa­do —la República Socialista Soviética Ucraniana—, tendría además la ventaja de proveer un voto adicional en la Asamblea de las Naciones Unidas.

Y ahí no acabó la historia del trágico desgajamiento de Kiev y Mos­cú. Al colapsar la Unión Soviética, los Estados Unidos de América pre­sionaron a Mijaíl Gorbachov para que permitiera la secesión de la Re­pública Ucraniana, así como de otras naciones —algunas inventadas y otras no— a cambio de ciertas concesiones. Entre ellas, que la OTAN no avanzaría más hacia las fronteras de Rusia mediante la incorporación de nuevos miembros, prometiendo así la existencia de un área interme­dia entre los rivales conformada por países cuya neutralidad garantiza­ría la paz de Europa y la seguridad de Rusia. Con dicho pacto quedó se­llada la separación de Ucrania —la Rusia original— respecto del resto de Rusia, en contra de la historia de la región y sellando con la tinta de los tratados una innecesaria enemistad entre hermanos que, iniciada por la cizaña y crueldad soviéticas, la democracia liberal ahora se en­cargaba de consolidar.

(continuará)

Rodrigo Fernández Diez, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta de Méjico.