Ventea fuerte el austro, los demonios al igual que las nieblas de arena levantan el polvo del que estamos hechos y las pasiones se revelan, el miedo nos increpa y la razón no encuentra fe para argüir. Lejanos parecen los días en que los hombres tenían una educación seriamente católica y que empezaba desde el hogar. Oh, ¿dónde estás, educación católica? Hontanar de profusas obras, belleza gótica, sublime cánticos y guía de santos, ¿dónde estás, educación católica? En otrora, tus opuestos te encontraban hasta en lo que ellos llamaban vulgo y ahora los que te procuran no te hallan ni en los seminarios.
Cierto es que existe buena voluntad de algunos cristianos por desempolvar las antiguas librerías y escudriñar los posibles métodos para hacer reflorecer nuestra herencia para las futuras generaciones. Nuestra herencia se extiende a todos los rincones de las ciencias y artes. Como católicos sabemos que el trabazón de las esferas del conocimiento es la fe, allá donde no hay fe y amor a nuestro Señor Jesucristo, se corre el peligro de ser gobernado por la ignorancia y la malicia. He ahí, que debemos de volver a una mirada global que nos permita observar con ojos de halcón los diferentes peligros que se arremeten en contra de nuestra religión y al mismo tiempo nos permita transmitir y avanzar, aún en las borrascas, el fuego vivo de la Santa Tradición.
Claro está que debe ser la teología tomista la encargada de iluminar nuestras mentes y que existen abundante reservas de agua de donde beber en este desierto llamado modernismo, mas cómo se le explica al joven católico que un Tomás Luis De Victoria no pretendía otra cosa en sus contrapuntos que alcanzar el Cielo acompañado de mayestáticos acuerdos. Cuando nos tiembla la mano al componer nuevos oficios con sabor de antaño, ¿cómo le explicaremos a la joven cristiana, que leyendo a Lope de Vega puede encontrar a aquel Caballero herido por tantas partes, y que Él ha de ser el modelo de su futuro consorte?; cuando escondemos la pluma para no escribir poesía con tinta de sangre, ¿cómo le explicamos a los seminaristas que la sotana y la espada no se excluyen y que ambas son necesarias para luchar, cuando le huimos a los combates y no a las tentaciones? ¿A quién buscamos entonces que nos explique todo esto? Sí, queda claro que va más allá de una mera situación académica y que los cimientos se deben formar desde la tierna edad de las almas dentro de las familias. Pues en las vicisitudes se nos da la ayuda necesaria, aunque a veces actuamos como si fuéramos unos huérfanos desprotegidos; eso, o cometemos el grave error de confiar mucho en nosotros mismos, como si algo bueno tuviéramos y no fueran las gracias del Espíritu Santo. Pero hay que retomar el punto, y es que olvidamos que tenemos un Padre Espiritual, quien a poco o nada recurrimos para pedir su intercesión o protección.
Nuestro Glorioso Patriarca San José, alegre educador de nuestro Señor Jesucristo, protector fidelísimo de la Santísima Virgen María y gran terror de los demonios, a quien Dios designó como padre de la Cabeza del Cuerpo Místico de Cristo, quiso que también lo fuera para el resto de los miembros del Cuerpo. ¿A quién mejor que confiar la educación de vuestros amados hijos, que al mismo padre del Salvador? Es necesario que los retoños aprendan a amar a la Virgen, a arrodillarse y a ser obedientes a Dios, a que se formen en castidad para no perturbar su visión de la belleza y poder desarrollar los dones que se les han dado; ora en artes, ora en ciencias, pero siempre buscando la santidad y que los frutos de estos sean para dar mayor gloria a Dios.
Por el hecho de que vivamos en tiempos calamitosos y que no podamos construir grandes catedrales como en el pasado, no quiere decir que nos encontremos inermes; por lo que queda decir, que el que tenga pluma que escriba y el que tenga pincel que dibuje, pero que a nadie se le escape la oportunidad de consagrarse a este Santísimo Patrono para poder ser otro José y vivir una vida totalmente consagrada a Jesús en María.
Joel Antonio Vásquez, Círculo Tradicionalista Blas de Ostolaza