Este 9 de abril se conmemoran setenta años de la Revolución del 52, un hecho que, según se da por sentado en el discurso convencional, trajo esperanzas y mejoras indudables para Bolivia. Desde la historiografía laicista, se lo suele comparar con la Revolución Cubana o la Revolución Mexicana con respecto al impacto que suscitó en el país.
Estudiar y matizar los acontecimientos en torno a esta Revolución implica revisar fuentes abundantes y disponer de tiempo suficiente para su estudio pormenorizado. Por ahora, lo que podemos hacer es tomar algunas fuentes críticas, que existen, pero que necesitan ser depuradas para un abordaje preciso y honesto de este tema.
Primero, cabría definir, para los lectores extranjeros interesados, qué es la Revolución del 52. Fue una sublevación en Bolivia alentada por múltiples sectores —principalmente de izquierda— en torno al 9 de abril de 1952. La dirección del alzamiento estuvo en manos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), partido creado años atrás con cierta tendencia fascista, que derivó después en un grupo amorfo con diversas tendencias, desde comunistas hasta liberales y socialdemócratas.
En nuestra educación escolar y en los medios de comunicación, se suele destacar este hecho como un cambio necesario en la estructura sociopolítica que regía el país hasta entonces. Se atribuye al MNR el logro de los denominados avances sociales en el demoliberalismo, entre los que destacan los siguientes: otorgar derecho al voto a los indígenas, impulsar una reforma agraria y educativa, y nacionalizar las minas.
Con un razonamiento sofístico y redentorista, rasgo común de todo discurso ideológico, se suele despreciar al estado de las cosas previo a esta Revolución como producto de «la oligarquía minero-feudal» o «el atraso». Básicamente, se trata de decir que todos estábamos mal hasta que llegó el glorioso MNR y su acertadísimo programa ideológico, que vino a salvar este país.
Se suele denominar a este hecho como «Revolución Nacional», a pesar de que no todo el país estuvo de acuerdo con él. No pocas veces se omite en el discurso los alzamientos y protestas contra el gobierno del MNR, la instalación de campos de concentración al más puro estilo nazi, la persecución a los disidentes políticos y el asesoramiento de los Estados Unidos.
Sin embargo, cabe preguntarnos si realmente esta Revolución fue tan crucial para Bolivia o, en palabras del filósofo H. C. F. Mansilla: «Fue, en el fondo, innecesaria y superflua». Según considera el polémico pensador citado, «la historiografía boliviana ha estado dominada hasta hoy por partidarios o simpatizantes del MNR y por corrientes de izquierda del más variado carácter». Él propone recurrir a obras más recientes o autores extranjeros para una visión más equilibrada de la Revolución.
Algunos de los autores recomendados son Fernando Campero Prudencio y su compilación Bolivia en el siglo XX: la formación de la Bolivia contemporánea y el escritor Herbert S. Klein con su Parties and Political Change in Bolivia: 1880-1952. Desde el tradicionalismo político hispánico recomendamos sobre todo a un gran personaje cuya obra sigue dando de qué hablar: Jorge Siles Salinas y su La aventura y el orden: reflexiones sobre la revolución boliviana, publicado en 1956.
No podemos extendernos más por ahora, pero para resumir, adelantamos que el citado filósofo paceño aseguró que la Revolución del 52 y el MNR destruyeron cierta tradición boliviana católica- hispánica. Además, él indica que la carencia de elucubración intelectual en este país llevó a los dirigentes de dicha sublevación a adoptar «doctrinas extrañas». Próximamente profundizaremos con mayor precisión en estas ideas.
(Continuará)
E. Zúñiga, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista.