En estos tiempos en que las cascadas de datos económicos inundan la actualidad informativa, conviene esbozar el nuevo «orden» económico que se perfila tras la pandemia.
Los esfuerzos de las organizaciones estatales y supraestatales parecen más centrados en aspectos de relaciones confusas con los efectos económicos de la crisis sanitaria. La frenética potenciación de las llamadas «transformación digital» y «transición ecológica». ¿En qué van a beneficiar a los pequeños comercios y negocios familiares estos estímulos? ¿Van a compensar o crear alternativas para miles de pequeños y medianos empresarios que lo habrán perdido todo, o casi todo?
Quizá debemos plantearnos que existe interés en que caiga parte de la estructura actual para el diseño de un nuevo modelo. ¿Estará sirviendo el COVID-19 para acelerar una serie de procesos ya iniciados por las élites financiero-políticas? Es una obviedad que el empleo no es la prioridad de estos programas llamados «de recuperación». Por el contrario, parecen enfocarse en reducciones drásticas de costes, y en una concentración creciente en diferentes sectores productivos.
Empieza a vocearse la idea de que la tecnología que viene destruirá empleos, pero creará otros muchos en nuevos ámbitos. Parece razonable pensar que, si la tecnología sólo repone uno de cada siete empleos que destruye, difícilmente esta tendencia vaya a revertirse. Y ya no son, como tiempo atrás, los puestos de trabajo más penosos o peligrosos los que son automatizados. Se aspira a sustituir numerosos empleos de cualificación media.
Para paliar esta realidad, empieza a hablarse de futuros nuevos tributos del trabajo automatizado, para subsidiar a los trabajadores devenidos prescindibles. A su vez, se plantea el debate acerca de si es posible trabajar menos, pero durante más tiempo de vida. Con este panorama, el mundo da por hecho que deben suplantarse los puestos de trabajo que técnicamente pueden sustituirse por máquinas.
No obstante, aun con la supervivencia subsidiada de millones de trabajadores, un enfoque que comprenda la subordinación moral de la economía no puede permitirse razonamientos de esa naturaleza.
El empleo no es un privilegio; tampoco un derecho del individuo, en sentido moderno, ni un objetivo a cualquier precio. Es una exigencia del bien común. Una sociedad bien fundada no puede prescindir del empleo, porque edifica la virtud particular y la vida virtuosa de toda la comunidad.
Javier de Miguel Marqués, Ntra. Sra. de los Desamparados.