I Centenario de la muerte del Beato Carlos de Austria

The Wedding. La boda del Archiduque Carlos y la Princesa Zita, con el Rey Don Jaime III al fondo, con uniforme de los Húsares de Grodno

Hoy, 1 de abril de 2022, se cumple el primer centenario de la muerte del Beato Carlos, último Emperador de Austria-Hungría, efeméride cuya conmemoración es obligada en estas páginas por varias razones. En primer lugar, por el contexto en que el Beato Carlos de Austria hubo de ejercer su gobierno, con no pocas similitudes al nuestro; en segundo lugar, por el excelso grado de virtud con que cumplió sus obligaciones de gobernante cristiano, ejemplo que debe guiar a quienes tienen hoy tan importante cometido; y en tercer lugar, por la estrecha relación con que la Divina Providencia ha querido entrelazar los destinos de su familia y de la legitimidad española.

Nacido el 18 de agosto de 1887 en Austria, el entonces Archiduque Carlos llevó siempre una vida alejada de los asuntos de estado, sin mucha relación política con el Emperador Francisco José y su heredero, el Archiduque Francisco Fernando. Sin embargo, el atentado de Sarajevo del 28 de junio de 1914, que acabó con la vida de Francisco Fernando y su esposa, no sólo desencadenaría la Primera Guerra Mundial, sino que convertiría al Archiduque Carlos en el sucesor del Emperador.

El Emperador Carlos y la Emperatriz Zita en el exilio con sus hijos

El Emperador Francisco José, «varón de dolores, Néstor de los Reyes» en palabras de Vázquez de Mella, a pesar de su avanzada edad, aún pudo resistir la tragedia y lidiar con el inicio de la guerra hasta el 21 de noviembre de 1916, fecha en que murió con ochenta y seis años. Un mes más tarde, el Archiduque Carlos y su esposa, la Princesa Zita de Borbón Parma, fueron coronados solemnemente como Emperadores de Austria-Hungría.

La Emperatriz era hija de Roberto I de Parma, cuñado de Don Carlos VII y a cuyas órdenes había luchado en la Tercera Guerra Carlista. Doña Zita era, por tanto, prima hermana de Don Jaime III. Andando el tiempo, muertos Don Jaime y su tío Don Alfonso Carlos, la legitimidad dinástica recaería en su familia, en la persona de Don Javier de Borbón Parma (Javier I), hermano de la Emperatriz y padre de nuestro Augusto Jefe, Don Sixto Enrique de Borbón. La Emperatriz Zita provenía, pues, de una familia íntimamente vinculada con la legitimidad real española.

Sin embargo, el Emperador Francisco José, inicialmente partidario de la legitimidad carlista, adoptó una posición de creciente hostilidad tras la boda de los usurpadores del trono español, Alfonso y María Cristina, —no así el hermano menor del Emperador, el Archiduque Carlos Luis, siempre leal a la Causa— que se concretó, entre otras acciones, en el cautiverio de Don Jaime III en el castillo de Frohsdorf al estallar la guerra. Con esa medida se trataba de evitar que Don Jaime utilizara su influencia personal y política contra el Imperio y contra Alemania. Hay que recordar que Don Jaime ya había servido con las armas al Zar Nicolás II de Rusia, «cuyo afecto a la Causa carlista española —dice Melchor Ferrer en su Historia del tradicionalismo español— no desmerecía de la que siempre tuvo la Casa Imperial de Rusia».

La familia Borbón Parma: Roberto I de Parma (cuarto de la primera fila empezando por la izda.); Javier de Borbón Parma (séptimo de la segunda fila empezando por la izquierda); Zita de Borbón Parma (sentada a la dcha.)

Sin embargo, cuando Francisco José murió y el Archiduque Carlos y la Princesa Zita fueron finalmente coronados Emperadores de Austria-Hungría, mandaron liberar a Don Jaime manteniendo sólo algunas restricciones. Melchor Ferrer lo narra del siguiente modo: «En Frohsdorf continúa, pero ya en régimen de mayor libertad y sabiendo que en la Corte dos buenos amigos están de corazón con él: el Emperador y la Emperatriz Zita».

Ya Emperador, el Beato Carlos de Austria tuvo que enfrentarse a las calamidades de la guerra, y lo hizo con auténtico espíritu cristiano de servicio y sacrificio. En política interior, llevó a cabo amplias reformas legislativas inspiradas en el magisterio social de la Iglesia. En política exterior, no cesó de apoyar la paz que con tantos esfuerzos procuró sin éxito el Papa Benedicto XV. En las arduas labores de mediación participaron muy activamente los hermanos de la Emperatriz Zita, los Príncipes Sixto Fernando y Javier (futuro Javier I).

A pesar de los esfuerzos, sus intentos no tuvieron éxito y el final de la guerra se produjo con unas condiciones muy distintas. Un editorial de El Siglo Futuro de noviembre de 1918 lo describía así: «No se quiso la paz de Dios, que era la paz del Papa, y el mundo habrá de sufrir con daño general la paz de Inglaterra y Wilson».

Estados Unidos había apoyado la independencia de los pueblos que integraban el Imperio Austrohúngaro, y el 11 de noviembre el Emperador Carlos firma una proclamación en que renuncia a «toda participación en la administración del Estado» en Austria, y el 13 de noviembre otra similar para Hungría. Ambas proclamaciones fueron, como él mismo reconoció, «el equivalente a un cheque que un matón callejero me ha obligado a emitir a punta de pistola». Sin embargo, consciente de su legitimidad, y animado por el propio Papa, que temía la expansión del comunismo por Centroeuropa, intentó restablecer su autoridad en Hungría hasta en dos ocasiones al frente de los legitimistas húngaros, pero ambos intentos fracasaron, pues el Emperador quiso evitar en todo momento el estallido de una guerra civil.

Tras el segundo intento, la familia imperial fue enviada al exilio en la Isla de Madeira. El Emperador Carlos nunca abdicó de sus derechos, quizás consciente de lo mismo que pensaba el Zar Nicolás II cuando le dijo a Don Jaime: «no olvide que su vida no le pertenece. Nosotros venimos al mundo para cumplir una misión sagrada, y bajo pena de ser unos cobardes, no podemos renunciar a ella». El Emperador no renunció a su misión, soportó insobornablemente su sufrimiento y murió en la pobreza del exilio, en presencia de su esposa, el 1 de abril de 1922, como consecuencia de una neumonía grave ocasionada por las condiciones sumamente modestas en que permanecían recluidos.

Carlos de Austria y Zita de Borbón Parma

El Beato Carlos de Austria fue un fiel devoto, un esposo ejemplar y un gran gobernante que supo cumplir con sus deberes de cristiano en todos los aspectos de su vida. Poco antes de morir dijo: «Todo mi compromiso es siempre, en todas las cosas, conocer lo más claramente posible y seguir la voluntad de Dios, y esto en el modo más perfecto».

La ceremonia de su beatificación se celebró el 3 de octubre de 2004, con la presencia de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, que también presidió la Santa Misa tradicional que la sección romana de Una Voce organizó al día siguiente en acción de gracias. Según el correspondiente despacho de la Agencia FARO, el sermón corrió a cargo de Monseñor Barreiro Carámbula, que «luego de destacar diversos aspectos de la santidad del Beato Carlos de Austria, hizo hincapié en cómo en el Emperador se aúnan tanto la legitimidad de sangre como la legitimidad de ejercicio. Señaló también que esta beatificación es un fuerte signo de esperanza de que el Señor suscitará Reyes que restauren la sociedad tradicional».

En el centenario de la muerte del Beato Carlos de Austria, hacemos nuestras esas palabras y renovamos nuestro compromiso con la restauración de la sociedad tradicional frente a sus enemigos, los mismos ayer que hoy.

Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella