Generalmente se considera que la primera «Marcha por la Vida» en Washington D.C. tuvo lugar el 22 de Enero de 1974, justo un año después de la Sentencia de la Corte Suprema estadounidense en el caso Roe vs. Wade en la cual se declaraba constitucional la «libertad» de la mujer para abortar. Formalmente, es cierto que la abogada Nellie Grey fundó en ese año este movimiento social que se ha venido celebrando desde entonces; pero la verdadera defensa de la vida del inocente en las calles de la capital americana tuvo otro origen menos conocido. Hay que recordar que la «Marcha por la Vida» no constituye un genuino activismo antiabortista. Antes de aquella Sentencia, ya se habían establecido despenalizaciones del aborto con más o menos restricciones en varios Estados federados, pero este cuadro legal no parece preocupar a los líderes de las asociaciones que suelen integrar la Marcha, enfocando sus miras sólo contra la consideración del aborto como un «derecho» más susceptible de amparo «jurídico».
Es en este marco legal previo a la Sentencia, en donde tiene lugar la primera protesta contra todo aborto y en pro de su absoluta ilegalización y penalización. Fue en la memorable jornada del 6 de Junio de 1970. Lo resume Mark D. Popowski al principio de la Introducción de su tesis doctoral publicada en 2012 bajo el título The Rise and Fall of Triumph. The History of a Radical Roman Catholic Magazine, 1966-1976. Según relatan las crónicas, en la mañana de aquel día, convocadas por el fundador de la revista Triumph, L. Brent Bozell, se reunieron alrededor de trescientas personas en la Iglesia de San Esteban Mártir para celebrar una «Misa Funeral por los Santos Inocentes». A continuación, se dirigieron a la Rotonda Washington, en donde, al lado de una estatua ecuestre que había levantada allí, primero dio un discurso el catedrático de la Universidad de Dallas Frederick D. Wilhelmsen, y después el mencionado Bozell. Y, por último, hicieron una marcha hacia la Clínica Hospital de la Universidad George Washington, manifestándose por la calle con banderas, carteles y pancartas contra el aborto. Cuenta Popowski, al describir a los manifestantes, que «lo más llamativo a la vista, era un contingente de jóvenes que vestían camisas y pantalones de color caqui. Llevaban boinas rojas, rosarios alrededor de sus cuellos, y parches del Sagrado Corazón de Jesús en el bolsillo de sus camisas». Eran miembros de The Sons of Thunder (Los Hijos del Trueno) una organización juvenil de la Universidad de Dallas capitaneada por Michael Schwartz (quien sería, por cierto, pocos años después, uno de los cofundadores de la nueva «Marcha por la Vida»).
Al llegar delante de la Clínica, los manifestantes iniciaron el rezo del Rosario de rodillas, al tiempo que el propio Bozell junto con otros cuatro requetés asaltaron las instalaciones introduciéndose por una puerta lateral que los guardas no habían cerrado, y consiguieron entrar en el abortorio al grito de Viva Cristo Rey (literalmente, en castellano), produciendo diversos destrozos en el local, hasta que la Policía, que había sido llamada, los redujo a la fuerza y se los llevó arrestados en el furgón policial.
Comenta Popowski: «Esta manifestación por la vida fue un evento extraordinario por un buen número de razones. Primero, era exótica: el contingente de manifestantes uniformados [estaba] inspirado en los carlistas […]. Los transeúntes [que los veían] probablemente estaban desconcertados por el estilo hispánico. Segundo, la manifestación fue una muestra descarada de Catolicismo Romano militante. […] Habían emergido audazmente del llamado gueto católico. Tercero, y más importante: si bien la manifestación era un signo de valentía católica, era diferente de otras de las que se hablaban en las historias del Catolicismo americano. Estos católicos no estaban interesados en la asimilación. No estaban interesados en el pluralismo. Ellos estaban rechazando ambas cosas. Al tiempo que la manifestación representaba un desprendimiento de la mentalidad de gueto, también significaba un deseo de forjar una nueva en donde los católicos se distinguían justamente de la sociedad estadounidense, pero que miraban hacia el exterior, eran expansionistas e imperialistas: ansiosos de conquistar la sociedad estadounidense para la Iglesia Católica Romana. Estaban interesados en hacer que el orden público se conformase a la ley moral, o, como lo expresaba [Bozell], tenían la intención de asegurarse de que “el Reino del Rey sea honrado” en América: que es el propósito de los editores de Triumph».
Independientemente de lo aislado o simbólico que pudiera parecer aquel bravo acto de protesta de los legitimistas americanos, merece sin duda ser recordado siempre como una genuina expresión militante del verdadero fin social cristiano reconquistador de todo católico coherente.
Félix M.ª Martín Antoniano