
Es necesario dar un salto al año 1431, cuando comenzó el Concilio de Florencia que puso fin —temporalmente— al Gran Cisma de Oriente y Occidente. Para ese entonces Kiev estaba bajo la jurisdicción del Gran Ducado de Lituania, cuyos soberanos llevaban años intentando mantener la lealtad de los metropolitanos de Kiev —que en realidad llevaba el título de Metropolitano de toda la Rus—, fieles a Constantinopla y cercanos a Moscovia.
El fin del Cisma supuso no solo la supremacía del papa sobre el Imperio Bizantino, sino sobre toda la Rus. Se nombró al griego Isidoro como Metropolitano de Kiev y toda la Rus; así, con el título de cardenal, cuando llegó a Moscú a informar sobre el fin del Cisma fue aprehendido y encarcelado. Años después, Isidoro logró escapar y regresó a Roma y posteriormente nombrado patriarca latino de Constantinopla.
En 1453 los otomanos conquistan Constantinopla y ponen fin a la débil unión entre Oriente y Occidente. El sucesor de Isidoro de Kiev fue Gregorio II el Búlgaro, designado por el papa Pío II y apreciado incluso por los cismáticos por enfatizar en la unión de toda la Iglesia Rusa. Moscovia por su parte consagró a Jonás como Metropolitano de Moscú y toda la Rus, enfatizando a su vez en la unidad de la Iglesia Rusa. Nacieron así dos jerarquías paralelas sobre la Iglesia Rusa, a la que se le sumó la de los legados del nuevo patriarca de Constantinopla —nombrado por los turcos—, rechazados por Moscovia y tolerados hasta cierto punto por Lituania, que no deseaba guerras civiles.
De la jerarquía de Gregorio el Búlgaro surgió en la hoy ciudad bielorrusa de Brest la conocida Unión de Brest, origen de la actual Iglesia Greco-Católica Ucraniana, que en ese entonces era conocida como la Iglesia Uniata Rutena. De la jerarquía del Metropolitano Jonás de Moscú surgió el Patriarcado de Moscú, cuya cabeza es hoy Cirilo I, y que siguió nombrando sus propios obispos a medida que Moscovia —luego el Zarato Ruso— se expandía hacia Occidente. La tercera jerarquía fue mucho más intermitente, pues las disputas entre Lituania —luego la Confederación Polaca-Lituana— y los cismáticos de rito bizantino llevaron a la Rebelión de Jmelnitski en 1648. Dicha rebelión a su vez llevó a la Guerra Ruso-Polaca, donde el Zarato Ruso consiguió sustanciosas ganancias territoriales.
De este modo, los cismáticos fieles a Moscú se fortalecieron mientras la Iglesia Rutena Unida iba mermándose a medida que la Mancomunidad Polaco-Lituana se debilitaba. Debe mencionarse también que, dos años antes de la Rebelión de Jmelnitski, Roma acuerda la Unión de Úzhgorod donde se fundó una iglesia sui iuris para los católicos de rito bizantino en los Montes Cárpatos. Esta iglesia se conoce hoy como Iglesia Bizantina Rutena y no debe ser confundida con la Iglesia Uniata Rutena, pese a tener casi el mismo nombre.
Así pues, desde el siglo XVI, existe una fuerte división entre los pueblos rusos. Por un lado, aquellos que quedaron bajo la jurisdicción de Moscú y por otro, aquellos que quedaron bajo la jurisdicción de un Estado europeo. Las notorias diferencias no solo religiosas sino administrativas llevaron a la creación de identidades separadas, como lo destacó S.M. Enrique V con su comentario a la Anexión de Crimea en 2014.
(Continuará)
Carlos Restrepo, Círculo Gaspar de Rodas