Ahora debemos dar otro salto temporal, esta vez al siglo XX. En 1903 el zar Nicolás decretó la libertad religiosa y con ello las operaciones de la Iglesia Uniata Rutena, a la cual S.S. San Pío X le dio jurisdicción sobre todo el Imperio Ruso. El triunfo de los Bolcheviques, fruto de los oídos sordos prestados a Nuestra Señora de Fátima, llevó a la persecución religiosa y al fin de la posible conversión del Imperio al catolicismo.
Tras el Concilio Vaticano II, el cardenal Josyf Slipjy, primado de la Iglesia Uniata Rutena, reorganiza su iglesia sui iuris que pasó a llamarse Iglesia Greco-Católica Ucraniana. Sus posturas anticomunistas le ganaron la cercanía a Juan Pablo II, así como la admiración de los grupos conservadores occidentales. Por desgracia, su postura nacionalista lo llevó a contradecir los intereses del cardenal Isidoro de Kiev y los grandes duques de Lituania, quienes aspiraban a que toda la Rus se mantuviera católica bajo una sola jurisdicción.
El nacionalismo ucraniano, lejos de tener un fuerte componente católico, posee un fuerte componente antirruso. El nacionalismo corta los lazos entre los pueblos, no siendo más que la otra cara del globalismo. Una postura católica debe tener en cuenta que los pueblos nunca han permanecido aislados sino que hacen parte de realidades mucho más grandes. Y en el caso de los católicos de la actual Ucrania es la Mancomunidad Polaco-Lituana, verdadera evangelizadora pese a sus defectos.
Los nacionalismos polacos y lituanos, a su vez, llevan a restar importancia a esas grandes uniones del pasado. Y si bien el Estado Polaco se reconoce como sucesor de la Mancomunidad Polaco-Lituana, lo hace bajo la órbita del nacionalismo polaco, lo que lleva a roces con Lituania. Aun así, este es un problema que deben resolver los polacos por sí mismos.
Solo queda adoptar una postura coherente y crítica, basada en la geopolítica y no en las preferencias personales. Y esa postura es reconocer a Ucrania como un Estado artificial en el que conviven dos realidades: una oriental y ligada a Moscú; y otra occidental secuestrada por la OTAN y el europeísmo.
Esta realidad occidental, si aspira a ser católica debe rechazar tanto el nacionalismo como el globalismo/europeísmo. Debe mirar quizá a una restauración de la Mancomunidad Polaco-Lituana; o bien, a Austria, cuyo bajo dominio existió como una de las Tierras de la Corona bajo el nombre de Reino de Galitzia y Lodomeria (otro nombre para Volinia) entre 1779 y 1918.
Carlos Restrepo, Círculo Gaspar de Rodas