El insensato recae en su locura

«La resurrección de los cuerpos» por Miguel Ángel Buonarroti, Capilla Sixtina

El cardenal Newman establece en uno de sus sermones parroquiales una interesante relación entre la Sagrada Eucaristía y la resurrección de los cuerpos. Concretamente, dice que «al comer el pan consagrado hecho Cuerpo de Cristo, nuestros cuerpos se vuelven sagrados y ya no son nuestros, sino de Cristo. Se hacen inmortales, mueren sólo aparentemente y por un tiempo, para que, una vez terminado su sueño, reinen con Cristo para siempre».

Era común entre los sabios paganos concebir el cuerpo como la causa de los males del hombre y como un elemento sucio que contamina el alma. Por el contrario, por revelación divina, el pensamiento cristiano entendió que el pecado es una enfermedad tanto de nuestra alma como del cuerpo, pues ambos han sufrido dicha corrupción.

La maravillosa doctrina de la resurrección de los cuerpos y la unión sustancial del alma y el cuerpo eliminó la antigua irreverencia de la pira funeraria y consagró la tierra para que recibiera a los santos que duermen. Así, explica Newman que ponemos en la tierra a nuestros amigos y marcamos el lugar donde descansan, en la creencia de que Dios ha sellado ese lugar y sus ángeles lo guardan. Lamentablemente, el oscurecimiento de muchas verdades de nuestra fe, ha provocado el efecto inverso. Hoy, por desgracia, la Iglesia ha perdido su originalidad y se ha dejado arrastrar por el utilitarismo volviendo a la antigua costumbre pagana de quemar a los muertos.

Sin embargo, ese «efecto inverso» o paganizante del que hablábamos, también afecta a otros aspectos de las costumbres de fe. Ahora, aquejado de un espiritualismo sin soporte corporal, el hombre moderno justifica irreverencias y abusos como la eliminación de los reclinatorios de las iglesias y ha eliminado esos signos y gestos corporales al recibir el cuerpo de Cristo. Si la importancia reside sólo en el alma, si el cuerpo es independiente y se puede prescindir de él, ¿cómo va a estar implicado en la adoración a Dios?

El olvido de esta unión sustancial ha influido en la construcción de la iglesias modernas y frías en las que se elimina la corporeidad, se elimina todo aquello que entra por los ojos para alabar y adorar a Dios.

Vemos esto plasmado, a su vez, en los abusos litúrgicos propios de la dinámica del nuevo rito de la misa. Vemos hombres y mujeres que suben a proclamar las lecturas indecentemente vestidos porque «lo importante es lo de dentro».

También en el ámbito del clero ha calado esta perniciosa creencia y por eso tantos religiosos se quitan el hábito, porque «lo importante es el interior». Ahora no es el hábito lo que hace al monje, por eso pueden vestir como quieran.

Y, cómo no, también afecta a la doctrina social y política de la Iglesia. Ya León XIII proclamó en su encíclica Libertas Praestantissimun cómo «la relación de la Iglesia y del Estado ha sido comparada a la unión del alma con el cuerpo, unión igualmente provechosa para ambos, y cuya desunión, por el contrario, es perniciosa particularmente para el cuerpo, que con ella pierde la vida». Así los católicos modernos abogan por la separación entre ambas y condenan a la comunidad política a la muerte al negarle los auxilios de la gracia.

«El perro vuelve a su vómito, y el insensato recae en su locura». Proverbios, 26 

Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas