No pretendo, Dios me libre, escribir en pocas líneas lo que a muchos cervantinos les ha costado toda una vida de estudios plasmar en libros, tampoco procuro coincidir con el doctísimo Gonzalo Torrente Ballester para parecer instruido, ni mucho menos intento dar una opinión autorizada; pues yo soy un don nadie en la esfera literaria para decir nada, que permita excusar mi ignorancia. Lo poco que voy a decir, lo pueden ver como un reflejo del producto de mis pecados y flaquezas humanas.
Encuentro, yo, una tristeza en la locura lúdica del Quijote, una tristeza que no es melancólica sino que es de impotencia. Las difiero en que, mientras que una pudiera estar herida por ser irreal, la otra padece por ser real. De esta forma, nuestro amigo Quijada o Quesada, pero que en verdad es Quijano el Bueno, utiliza a su altisonante sobrenombre a lo largo de la historia para hacer actos que, en circunstancias de «cordura», detendrían sus yerros y para decir verdades que su cobardía pudiere callar. Allende de exponer al personaje a un análisis, hay algo en este hidalgo caballero que no se puede extirpar sin hacerlo fenecer, y es que sin la profunda catolicidad del protagonista, sus aflicciones serían consumidas por sus vicios y no encontraría firmeza en combatir las pasiones de su corazón, pues se sabe pecador y reconoce la fragilidad de su naturaleza.
Existen, también, silencios en el Quijote que dicen mucho de lo que busca ser. Para ir a un caso en concreto, en la segunda parte de la novela en el capítulo XLIV; después de que Sancho Panza recibiera de su amo una serie de consejos que han de adornar su alma y su cuerpo para poder gobernar con mayor lucidez y dar buen uso de los bienes temporales que Dios le ha brindado para el bienestar de sus vasallos, el Quijote en su soledad por no tener ni la compañía de su amigo ni el amor de su amada, se encuentra presto a escuchar el arpa de Altisidora, donde con profundo respiro, le vinieron a la memoria las infinitas aventuras de los libros de caballerías que había leído. No se nos debe escapar que entre los documentos entregados por el caballero andante a su fiel escudero, por ejemplo, el de la humildad como cimiento de virtudes y el de soslayar la gula para evitar el cúmulo de vicios, son claramente católicos y que atado con el respiro en solitud del personaje, mira de frente a su locura y la ve como es; ora la alegría de proclamar la teología como la ciencia de las ciencias y su tristeza de que muchos sacerdotes no busquen conocerla bien; ora la alegría de adamar a una alta y soberana señora junto con la tristeza del poco ímpetu de las doncellas por proteger su pureza; ora la alegría de querer morir defendiendo su patria y la tristeza de cómo las familias se apartan de Dios, y así, pudiera continua, hasta describir nuestros propios dolores y gozos que nos han tocado vivir en este mundo moderno.
Para entroncar con lo que nos está pasando hoy en día, diría que nos estamos sumergiendo en nuestras penas y nos estamos dejando arrancar nuestras dichas, y como desde el principio advertí que esto no pasa de ser una opinión, lo que voy a decir lo pueden tomar como producto de mi propia locura, y prefiero verme así a negar lo que el Altísimo por amor me ha regalado, y aunque suene muy osado, lo diré, Cervantes es peruano… pero también es mejicano y más que seguro de que es argentino, pero también debemos de decir, que Juan de Espinosa Medrano, Sor Juana Inés de la Cruz y Luis José de Tejada y Guzmán son españoles hasta los tuétanos, y así, con cualquier otro católico de cualquier esfera del conocimiento, cuyo primer fulgor se haya visto en las Españas, independiente del lado del hemisferio. Recordemos que el Quijote es una mezcla de atributos de diversos personajes que el protagonista ha ido leyendo en diferentes novelas caballerescas, análogamente, nosotros somos un conjunto de cristianos bajo un mismo reino, pero si al Quijote o a nosotros nos extirparan el catolicismo, nada fuera nuestro y todo sería extinto. No debemos dejar de morir o arrebatar lo que Dios nos ha dado, nuestra fe, luminaria de un reino donde el sol no se oculta, ni aquí ni allá ni acullá, es así como concibo que la locura del Quijote es la cordura de la Hispanidad.
Joel-Antonio Vásquez, Círculo Tradicionalista Blas de Ostolaza