Publicamos el siguiente artículo de la serie sobre la soberanía de la hemeroteca de LA ESPERANZA, originalmente publicado a principios de 1855.
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Habiendo ya expuesto de qué manera se establecen los gobiernos, por qué medio se legitiman, y en qué sentido han dicho los defensores de ciertas doctrinas que los reyes son de derecho divino, no será fuera de propósito examinar si hay gobiernos propiamente despóticos, tiranos u opresores, y cuáles merecen verdaderamente este nombre; de cuyo modo se comprenderán mejor las observaciones que pensamos hacer sobre el llamado principio de resistencia y de insurrección con que se ha pretendido canonizar el de la soberanía nacional.
Para el fin a que aspiramos, conviene ante todo explicar qué quiere decir despotismo y tiranía, como igualmente qué se entiende por opresión. La voz griega despotismo, aplicada a la dirección de los Estados, expresa la idea de una «forma de gobierno, en la cual el que manda no tiene más ley ni más regla que su voluntad y su capricho», pudiendo cometer impunemente las injusticias más atroces. La palabra tiranía, según su primitiva y rigurosa acepción, significa «el mando de aquel que, destruyendo por la fuerza el gobierno establecido, usurpa la autoridad suprema», y como estos usurpadores, bastante frecuentes en las antiguas repúblicas griegas, necesitaban emplear, para sostenerse, vejaciones, violencias y crueldades de todo género, se llama también tirano al que, ejerciendo la potestad legitima, abusa de ella, es violento y cruel, y maltrata injustamente á los gobernados. El término opresión, metafóricamente considerado, es «la acción de los gobernantes cuando aprietan, comprimen o coartan indebidamente la acción de los súbditos», y como los límites de las acciones de estos deben estar señalados en las leyes, resulta que oprimir es lo mismo que apartarse de la ley, y que, por lo tanto, la palabra opresión viene en este caso a ser sinónima de tiranía y despotismo.
Bajo este supuesto, se dirá con toda propiedad que un gobierno es despótico, tiránico y opresor, cuando no tiene más ley ni regla que su voluntad y capricho; cuando puede cometer, y de hecho comete, impunemente todo género de vejaciones, injusticias y crueldades; y cuando coarta más de lo que las leyes permiten, la libertad de los subordinados. Parécenos que nuestros adversarios políticos convendrán con nosotros en la significación de estas tres voces, y que, por consiguiente, no tendrán objeción alguna que hacernos.
¿Y qué se sigue de tales premisas? Síguese lo que vamos a manifestar: 1.º, que no hay en el mundo (y, lo que es más, ni puede haberlo) un gobierno que, mereciendo propiamente este nombre, pueda ser despótico, tiránico ni opresor, por la incontestable razón de que, en el hecho de existir, hay necesariamente alguna ley, regla o costumbre, con la cual tienen que conformarse los que gobiernan el Estado; costumbre, regla o ley a que estos no pueden faltar so pena de perder su existencia política; y 2.º, que aunque gratuitamente supusiésemos que a los gobiernos bárbaros puede convenirles el título de despóticos, tiránicos y opresores, por cuanto aun obrando conforme a las leyes, siendo estas por sí absurdas, injustas y opresivas, les permiten hacer injusticias, no puede verificarse este caso respecto de las naciones cultas; porque en el hecho de serlo, aunque sus leyes tengan algunas imperfecciones, nunca tales leyes autorizan a los gobernantes para cometer impunemente injusticias y crueldades. Podrán ellos cometerlas, mas no será obrando según las leyes, sino quebrantándolas. Por lo demás, ya se sabe que el gobernador de un Estado tiene obligación de mandar con arreglo a la ley, y que no hay nación culta en la que sea lícito a los gobernantes vejar, maltratar y oprimir a los gobernados.
No molestaremos más la atención de nuestros lectores aduciendo otros argumentos para probar si hay o no gobiernos propiamente despóticos, y cuáles sean estos. Suponemos que se darán por satisfechos si les citamos el testimonio de un hijo predilecto del filosofismo europeo, que dice sobre el particular cuanto pudiera desearse. Este autor es el célebre ideologista Destutt-Tracy, el cual en el libro de su Comentario sobre el Espíritu de las leyes de Montesquieu se expresa así: «La palabra despótico (habla del gobierno) indica un abuso, un vicio que puede hallarse, mas o menos, en todos los gobiernos, porque todas las instituciones humanas son imperfectas como sus autores; pero no indica una forma particular de sociedad o una especie particular de gobierno; porque donde quiera que la ley establecida no tiene fuerza o cede a la voluntad de un hombre o de muchos, existen el despotismo, la opresión, el abuso de autoridad, y no hay donde esto no se vea de tiempo en tiempo. En muchos países los hombres imprudentes o ignorantes no han tomado precaución alguna para prevenir esta desgracia, y en otros no han tomado más que precauciones insuficientes; pero en ninguna parte, ni aun en el Oriente, se ha sentado como un principio que el hombre deba ser superior a la ley. No hay, pues, gobierno alguno que por su naturaleza pueda llamarse despótico».
Por la doctrina de Tracy se ve clarísimamente, o que todos los gobiernos son tiránicos, o que no hay uno que pueda llamarse así con rigurosa propiedad. Lo que nosotros diremos en conclusión es, que en aquellas naciones que profesando la religión cristiana se hallan actualmente, aunque con alguna desigualdad, en el alto grado de civilización a que la especie humana ha llegado en Europa, podrá haber cierto desorden en uno u otro ramo de la administración pública; podrán algunos empleados abusar de su autoridad por algún tiempo y podrá, si se quiere, progresar todo mucho menos de lo que debiera; pero opresión absoluta, completa, permanente y sistemática es imposible que la haya.
Cuando contestemos a los pocos periódicos que nos han impugnado, nos haremos cargo del articulito que nos dirigió el jueves nuestro apreciable colega El Adelante.
LA ESPERANZA