Hace una semana estuve de visita en Estados Unidos, en el estado de Florida. Este territorio mantiene curiosamente en su bandera la Cruz de San Andrés como un recuerdo de lo que una vez fue. Se alza en cada rincón junto con la bandera del país. El caso es que un día estaba atravesando con el coche una calle que me llamó mucho la atención mientras la recorría, y terminó por transmitirme pena y decepción. Se trata de una calle larga y abierta en la que no había casi peatones porque cada pequeño edificio que se encontraba en ella estaba bastante separado del otro. Si no tienes coche resulta imposible moverte en esta ciudad, todo está muy apartado y distanciado.
Lo que me impactó y decepcionó no fue este hecho, sino comprobar en directo que cada edificio que se levantaba de esa calle era una iglesia: había una metodista, una luterana, una evangélica y, finalmente, una católica. Se trataba de una calle «religiosa», o tal vez algunos se atrevan a llamarle una calle «cristiana». En las afueras de cada una, para captar la atención de los conductores y que estos las puedan identificar desde el coche, contaban con letreros que decían el nombre de cada iglesia. De esta manera iba leyendo mientras pasaba por la calle «iglesia luterana», «iglesia metodista» hasta llegar al que decía el nombre de la católica. Así como si fuera una calle de restaurantes o de establecimientos automovilísticos, puedes elegir a cual iglesia entrar, a qué religión quieres atender. Y ahí se encontraba una iglesia católica, formando parte de esta calle donde «conviven» iglesias diferentes, codo a codo y de igual a igual considerándose una religión más dentro de las muchas que hay.
Está claro que esto no es nada nuevo, pero siempre es estremecedor ver con los propios ojos una muestra tan evidente de la ruina que ha traído la libertad religiosa y como la iglesia se va refugiando junto a los que la han querido destruir, comulgando ahora con los mandatarios y las leyes que la han catalogado en el mismo plano que el resto de las religiones, como una simple creencia más. Es una pena que la Iglesia católica haya renunciado a su misión de luchar frente a los que siembran el mal en los corazones. Para los católicos partidarios de la libertad religiosa y de catalogar a todas las religiones por igual con respeto y tolerancia, ¿qué sentido tuvo entonces la lucha desplegada en la contrarreforma para frenar el avance de los protestantes y así salvar a las almas que caían en sus garras? ¿Es que acaso el camino es rebajarse a ser una religión más?
Es una muestra más del abandono de la iglesia a su misión fundamental, de la renuncia de su misión de intervenir en todas las dimensiones de la vida pública. En definitiva, una evidencia más de la decisión de la Iglesia en la actualidad: mantenerse al margen e igualarse con aquello a lo que antes combatían valientemente, cuando no había miedo de hacer frente a las instituciones políticas más poderosas. Hay un bien infinitamente mayor, superior a cualquier otro: el bien de las almas, pues «salus animarum suprema lex». Han olvidado que reconocer y luchar por la realeza social de Cristo es el camino para salvarlas, y no arrinconarse con el resto limitándose a ser una opción más dentro del catálogo como ocurre de forma visible en esa calle de Florida.
Luis A. Brito, Navarra