Gonzalo Fernández de la Mora hizo sus pinitos intelectuales en la revista Arbor, en su primera época (1944-1953), cuando estaba bajo el control de la llamada «Generación del 48» liderada por el opusino R. Calvo Serer, a la que ya nos referimos en el artículo titulado «El tradicionalismo es legitimista». Sin dejar a un lado la finalidad de «bautizar» la Revolución que impregna los intentos de síntesis promovidos por los «amigables componedores» de la «línea áurea», Fdez. de la Mora se decanta hacia una dirección, por decirlo así, más laico-«científica», expresión propia de la vía hegeliana positivista de la que hablábamos en nuestro artículo «La falsa dicotomía estatismo-libertarismo». Fdez. de la Mora pretende rechazar la vertiente racionalista ideológica (reflejada, sobre todo, en el marxismo de entonces), anunciando su irreversible «crepúsculo»; y abraza y pregona la «buena nueva» de la vertiente racionalista positivista, como síntesis hegeliana superadora, dentro de la Dictadura franquista, del tradicional viejo antagonismo que se había venido desarrollando desde 1833 en suelo español entre la Contrarrevolución católica y legitimista y el Nuevo Sistema revolucionario. Dicho con sus propias palabras (ABC, 02/04/64): «El Novísimo Régimen es, en cierto modo, una síntesis del Antiguo y del Nuevo, una suma de los elementos racionales de ambos, una liquidación de su ganga retórica y de sus imposibles extremismos. […] El Estado técnico que asoma sobre el horizonte se asemeja no poco a lo que Comte llamaba el Estado positivo, o sea, la forma social que corresponde al progreso científico. La Historia de lo acontecido entre la Toma de la Bastilla e Hiroshima podría titularse así: de la libertad a la seguridad, y de la representación a la eficacia».
Era inevitable el choque, no ya sólo con los legitimistas hispánicos (a modo de ejemplo se puede citar la crítica contundente de F. Wilhelmsen en 1966: «El pleito de las ideologías»; o las contestaciones de Rafael Gambra y M. de Sta. Cruz en 1980 contra la pretensión de Fdez. de la Mora de equiparar el franquismo con el régimen histórico de Cristiandad monárquica española jurídicamente custodiado por los legitimistas), sino también con los simples defensores de la Doctrina Social de la Iglesia, destacándose entre todos ellos Juan Vallet de Goytisolo y la revista Verbo, debeladores de las falacias prorrevolucionarias del Ministro franquista: en especial, denunciando la paradoja de alguien que, so pretexto de rechazar toda ideología, acaba sumiéndose en la peor de todas, la ideología tecnocrática, como ya expusimos en el artículo «La mentalidad tecnocrática».
A veces, incluso, el propio D. Gonzalo no tiene reparos en reconocer que él defiende conceptos políticos revolucionarios, como ocurre con la «democracia orgánica» (que tiene sus antecedentes prácticos en el Senado canovista y en la Asamblea Nacional primorriverista), sobre la cual escribió un libro con el sugerente título de Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. La democracia orgánica, defendida por los krausistas, es un invento de la izquierda (1985). Pero de manera más diáfana se observa la antítesis de su «filosofía» política y socioeconómica (informante, recordemos, del tecnocratismo franquista) con la Doctrina Social eclesial, cuando escribe la siguiente crítica contra el clásico Sociedad de masas y Derecho de Vallet de Goytisolo (ABC, 10/07/69): «Me limitaré a contraponer algunos puntos de vista. La llamada masificación, aunque no exenta de connotaciones negativas, me parece un avance en el proceso de socialización de la especie y de configuración política de la Humanidad. El ensanchamiento del campo de acción del Estado permite una mayor racionalización de la convivencia. Lo que Maeztu llamaba “el sentido reverencial del dinero”, es fecundo. La Seguridad Social debe ser completa. La igualdad de oportunidades es uno de los objetivos primarios de la acción de gobierno, y, para alcanzarlo, se imponen, entre otras medidas, una fortísima limitación de la herencia y una política fiscal decididamente redistribuidora. La planificación económica es un instrumento de eficacia probada e indispensable para los países en vías de desarrollo. El expediente de los Polos de Desarrollo permite una rápida homogeneización económica del territorio y, consiguientemente, de la población. No sólo deseo la generalización de la enseñanza media, sino también de la superior […]. Nada de operaciones de retorno. La Historia […] es una avasalladora invitación al optimismo». La Fundación Balmes (continuadora, en cierta forma, de la labor cultural de los antiguos juanistas Círculos Balmes del franquismo), viene editando la revista Razón Española desde 1983, promoviendo las ideas de Fdez. de la Mora, y, por ende, del franquismo; ideas (y políticas) que, según escribía el gran sabio Sacerdote rioplatense Julio Meinvielle en 1973, produjeron el siguiente resultado: «Tal iba a ser la misión, en la España franquista, del Opus Dei. La heroica España del 36 ha sido totalmente emputecida y envilecida, y hoy, en la década del 70, ha quedado totalmente ganada para el mundo judío».
Félix M.ª Martín Antoniano