La sumisión de la fe a la ciencia. El origen de la mentalidad modernista

San Pío X

Lo que San Pío X denunció magistralmente bajo el nombre de modernismo, constituye, más que un conjunto determinado de herejías, una forma de pensar genérica que, aplicada o desarrollada sobre cualquier aspecto concreto de la realidad, hace que éste aparezca ante la mente bajo una concepción objetivamente acatólica.

El modernismo provee al hombre de unos artificiales anteojos mentales que le obligan a mirar hacia todas las cosas a través de un prisma cuyo cristal, pretendidamente neutral o imparcial, está deliberadamente diseñado y preparado para procurar desviarle tendenciosamente de la Fe, pero sin que al mismo tiempo la propia persona deje de considerarse subjetivamente como un ferviente y auténtico creyente.

Este último aspecto es el que lo convierte, quizá, en el arma más destructiva jamás concebida contra la única y verdadera Religión, pues se puede permitir reclutar bajo su férula a una gran cantidad de fieles que de buena fe se profesan católicos y que, sin embargo, coadyuvan ciertamente a la propagación de todo tipo de ideas heterodoxas en toda clase de materias. Releyendo las páginas de la Encíclica Pascendi (08/09/1907), creemos que la esencia del imaginario colectivo modernista se encuentra en el axioma que proclama la subordinación de las verdades de la Fe a las aserciones emanadas de la Ciencia (sin necesidad de que este postulado tenga que aparecer de manera consciente en el intelecto de un católico para reconocer su presencia). Dicho con otras palabras: en caso de eventual conflicto, la hegemonía epistémica se localiza en la Ciencia y no en la Fe; justo lo contrario de lo que afirmaba el Concilio Vaticano I (Const. Dei Filius, Cap. 4): «La Iglesia, que, junto con el oficio apostólico de enseñar, ha recibido el mandato de custodiar el depósito de la Fe, tiene por encargo divino el derecho y el deber de proscribir toda falsa Ciencia, a fin de que nadie sea engañado por una Filosofía vana y falaz (Col., II, 8). Por esto, todos los fieles cristianos están prohibidos de defender como legítimas conclusiones de la Ciencia aquellas opiniones que se sabe son contrarias a la doctrina de la Fe, particularmente si han sido condenadas por la Iglesia; y, más aún, están del todo obligados a sostenerlas como errores que ostentan una falaz apariencia de verdad». Los apologistas modernistas aducen que no hay que preocuparse, que nunca habrá choque o conflicto entre la Fe y la Ciencia, que ambas se concilian, sí… pero sujetando la primera a la segunda.

Decía San Pío X en la Encíclica citada: «Según ellos [i. e. los modernistas], hay en los Libros Sagrados muchas cosas científica o históricamente viciadas de error; pero dicen que allí no se trata de Ciencia o de Historia, sino sólo de la Religión y la Moral. Las Ciencias y la Historia son allí a manera de una envoltura, con la que se cubren las experiencias religiosas y morales para difundirlas más fácilmente entre el vulgo; el cual, como no las entendería de otra suerte, no sacaría utilidad, sino daño, de otra Ciencia o Historia más perfecta. […] Nos, ciertamente, Venerables Hermanos, para quienes la Verdad no es más que una, y que consideramos que los Libros Sagrados, como “escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor” (Con. Vat. I, Dei Filius, Cap. 2), aseguramos que todo aquello es lo mismo que atribuir a Dios una mentira de utilidad u oficiosa». Los errores principales que se desprenden de la mentalidad modernista, fueron resumidos en el Decreto de la Sagrada Congregación de la Santa Inquisición Lamentabili sine exitu (03/06/1907).

En relación a la sumisión de la Fe a la Ciencia, merecen especial mención el nº 2: «La interpretación de los Libros Sagrados hecha por la Iglesia no es ciertamente despreciable, pero está sometida al juicio más depurado y a la corrección de los exégetas»; el nº 4: «El Magisterio de la Iglesia no puede determinar el sentido genuino de las Sagradas Escrituras, ni siquiera por medio de definiciones dogmáticas»; el nº 5: «Conteniéndose en el depósito de la Fe solamente las verdades reveladas, bajo ningún respecto pertenece a la Iglesia juzgar acerca de las aserciones de las Ciencias humanas»; el nº 6: «En la definición de las verdades, de tal modo colaboran la Iglesia discente y docente, que nada queda a la docente sino sancionar las opiniones comunes de la discente»; el nº 8: «Se han de juzgar inmunes de toda culpa los que en nada estiman las condenaciones emanadas de la Sagrada Congregación del Índice o de las otras Congregaciones Romanas»; el nº 11: «La inspiración divina no se extiende a toda la Sagrada Escritura de tal modo que preserve de todo error a todas y cada una de sus partes»; nº 19: «Los exégetas heterodoxos han expresado el verdadero sentido de la Escritura más fielmente que los exégetas católicos»; nº 64: «El progreso de las Ciencias pide que se reformen los conceptos de la doctrina cristiana sobre Dios, sobre la Creación, sobre la Revelación, la Persona del Verbo Encarnado y la Redención»; y el nº 65: «El catolicismo actual no puede conciliarse con la verdadera Ciencia, a no ser que se transforme en cierto cristianismo no dogmático, esto es, en un protestantismo amplio y liberal».

Félix M.ª Martín Antoniano