Fundamentos clásicos para una reacción legítima

El Obispo Athanasius Schneider. Foto: FSSPX News

El fin de semana pasado acaecía la venida a España del obispo Athanasius Schneider, con ocasión de una reedición de la obra de Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado. Oteando el desarrollo de los hechos he estimado conveniente plasmar unas consideraciones sobre la cuestión, a fin de aportar las bases de una correcta interpretación, tendente a un mayor bien.

La primera de ellas vendrá de la mano de, en palabras del profesor Francisco Elías de Tejada, el nunca suficientemente citado Aristóteles. En el libro octavo de la Metafísica, afirma el Estagirita que «en un sentido, el ser es idéntico a su esencia, pero, en otro sentido, no lo es». Estas palabras evocan la importancia en el pensamiento clásico del concepto de forma y ―sobre ello versaremos― su distinción de su concreción material. Así las cosas, el reinado de Nuestro Señor no debe confundirse con su concreción material, bien en su sentido universal ―Cristiandad―, bien en su sentido más restringido ―reinos cristianos―. En ocasiones, se tiende a confundir la forma con la materia, llevándonos a sostener que Cristo reinará si sostenemos nominalmente su reinado, pese a que el andamiaje conceptual que soporta nuestras afirmaciones sea contrario a las mismas. Y, evidentemente, esto es una contradicción.

Efectivamente, la importancia del asunto es apreciable en el enfoque del propio título. El liberalismo es pecado no tiene por fin presentar un tratado de moral, o una monografía teológica, sino una contestación política con fundamentos religiosos, que es diferente. Por decirlo de forma esquemática, el núcleo de la cuestión estriba en el sujeto del título, no sólo en el predicado.

La exposición del obispo Schneider, presenta la doctrina liberal como un peligro para la fe, guiado por la recta doctrina que profesa en general prelado kazajo. Las demás intervenciones son, a mi juicio, otro cantar. Pues, ciertamente, el cuadro histórico es fundamental para la comprensión de la obra, así como las conexiones preternaturales del liberalismo. No obstante, la cuestión nuclear queda algo huérfana de atención.

Con ello apunto a que siendo el problema liberal antipolítico, necesariamente es en la política donde se fraguará su contestación. Las raíces antirreligiosas del liberalismo no deben despistarnos sobre la dimensión eficiente de la causa que representa el tradicionalismo político en el combate contra la revolución. De esta forma, una aceptación de la obra de Sardá y Salvany privada de su apoyatura política corre el riesgo de confundir los órdenes natural y sobrenatural. El antiliberalismo, de entrar en esta situación confusa, podría reducirse a una contestación religiosa apoyada en modelos pseudo políticos que no se verían afectados por el problema. Esta sería la prueba de que no se ha penetrado el fondo de la cuestión, pues la naturaleza política del antiliberalismo se diluye en ideas que pueden ir desde la democracia cristiana de extrema derecha, hasta el folklorismo histórico pseudo tradicional, pasando por nacionalismos decimonónicos.

Es una alegría contar con prelados dispuestos a presentar un dique de contención al derrotismo clerical y a los sucesivos ralliements que el mundo eclesiástico mayoritario viene pilotando. Esa valentía, a mi juicio, debe ser complementada por los católicos españoles, recuperando los fundamentos políticos conceptuales que hagan posible la concreción de las aspiraciones en un proyecto material. Y digo material no sólo en el sentido cristalizador que convierte la potencia en acto, sino recordando que la batalla que abrió el liberalismo es sin duda de raíz antirreligiosa, pero de naturaleza política. Ello nos debe empujar a ser cautos, a diferenciar el reinado de Cristo de la Ciudad Católica, la piedad de la milicia. No con afán de sesgo incomunicado, sino de comprensión justa de ambas realidades, la primera, brújula que marca el norte, la segunda, decisión firme de emprender el camino.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense