La vulneración del derecho a la libertad de conciencia en materia del aborto por parte de instituciones internacionales como la OMS sigue levantado ampollas en todos los ámbitos conservadores.
La oposición al aborto se mantiene hoy como uno de los pocos puntos de unión entre el amplio abanico que comprende las muchas sensibilidades del catolicismo oficialista. Pero como hemos hablado muchas veces en este periódico, es un nexo débil, porque el material del que están hechos los argumentos para combatirlo es erróneo. Estos argumentos no son otros sino los derechos fundamentales.
Y son esos mismos argumentos los que esgrimen ahora los católicos y muchos obispos para defender la libertad de conciencia en materia del aborto. No es algo nuevo apelar a la libertad de conciencia como un derecho fundamental: también en años pasados apelaron a ella ante la ya conocida asignatura de educación para la ciudadanía.
Vivir en el mundo del escándalo continuo ante las leyes inicuas apelando a la libertad de conciencia solo lleva a un desgaste inútil y a una lucha infructuosa. Es como mandar un soldado desarmado al campo de batalla.
En algunos periódicos y medios digitales se han utilizado estos falaces argumentos y han apelado a personas como santo Tomás Moro o como el cardenal Newman, sin entender que estos santos defendían la libertad de la conciencia, pero no como un derecho fundamental de cada individuo, sino como un deber del hombre para con Dios.
Explica Juan Manuel Rozas en un sugestivo artículo titulado la libertad moderna de conciencia y de religión, una máquina de guerra contra la cristiandad:
«la libertad moderna de conciencia es una liberación, es el hombre que se libera o emancipa de la conciencia en sentido propio y objetivo, del conocimiento del bien que debe hacerse y del mal que debe evitarse. En la concepción clásica (la de Antígona, la cristiana), la conciencia apela a una ley superior (la divina) contra las leyes humanas; en la concepción moderna, la conciencia apela a la propia opinión, con el resultado de que las leyes humanas se desvinculan de las divinas».
Belén Perfecto, margaritas hispánicas