En este año se están cumpliendo los dos siglos del momento álgido en que los pueblos peninsulares españoles se levantaron en armas contra la Revolución liberal impuesta al Rey tras la traición simultánea de una buena parte de la oficialidad de sus Reales Ejércitos, liderada por la del General Riego en Cabezas de San Juan.
No era la primera vez que las sociedades españolas se alzaban contra las hordas revolucionarias, pues ya existían los gloriosos precedentes de la Guerra Gran contra la Convención (1793-1795) y la Guerra contra Napoleón (1808-1814); pero, a diferencia de las anteriores, dirigidas contra elementos extranjeros, en esta última guerra hubo que enfrentarse por vez primera (primera de una larga serie que llega hasta 1936, por ahora) contra otros españoles desnaturalizados, ganados para la causa de la Revolución, y que, ocupando importantes puestos en el seno de la Monarquía Católica, se prevalieron de su posición para asestar un Golpe contra la misma, iniciado en Enero y consumado en Marzo de 1820.
Habiendo fracasado, tanto los anteriores intentos de los ilustrados de servirse de los Reyes legítimos para la promoción de reformas de fondo (pues no conseguían apenas sino pequeñas «victorias» circunstanciales, y de carácter precario por ser susceptibles de rectificación por el mismo Rey, que –engañado– las ejecutó, o por otro posterior), así como las ulteriores tentativas de los liberales gaditanos de establecer su nuevo sistema republicano aprovechando la coyuntura de la invasión napoleónica; los revolucionarios perpetrarían un tercer intento mediante el secuestro del Rey legítimo y su aceptación forzada de la «ley» constitucional gaditana, el cual a la postre también resultaría fallido, obligando a los liberales a recurrir a la última carta que les quedará ya para conseguir sus objetivos: la pura y simple usurpación del poder regio.
Es importante esta guerra desde el punto de vista del conocimiento de los genuinos principios sociopolíticos españoles inducibles a partir del Corpus Iuris Civilis de la Monarquía y Reinos hispánicos, ya que, al estar desnuda de otras causas concomitantes presentes en otros conflictos bélicos (invasión extranjera o usurpación monárquica, aunque este último factor esté estrechamente relacionado), en ella se delimitan muy bien las dos posiciones jurídico-sociopolíticas que caracterizan tanto a la verdadera España eterna, como a la falsa Antiespaña revolucionaria: por esta razón ha recibido el nombre de Guerra Realista, pues, por un lado, están los católicos y realistas, es decir, los defensores de la Causa del Altar y el Trono como configuradores esenciales del régimen de Cristiandad hispánica, y, por el otro, los constitucionales y nacionales, es decir, los patrocinadores del Novus Ordo en donde la Religión es sustituida por la Constitución como criterio de última instancia en el ejercicio de la potestad civil, y el Rey es relevado por la Nación o Estado como nuevo sujeto titular (formal o ficticio) del poder supremo.
Para conocer bien las motivaciones que están detrás de esta santa epopeya (de la que nos ocupamos con ocasión de su bicentenario), lo mejor será recurrir a las propias palabras de los realistas; y, para ello, habremos de servirnos de una obra que sigue siendo de referencia obligada: La primera guerra civil de España 1821-1823. Historia y meditación de una lucha olvidada, de Rafael Gambra, publicada en 1950, y que llegó a conocer dos ediciones más (la tercera, de 2006, con un prefacio del Duque de Aranjuez inclusive).
En el prólogo a la segunda edición de 1972, Gambra señala que hasta este año sólo habían aparecido dos libros más sobre este período y guerra. No dice cuáles son, pero creemos casi con seguridad que uno de ellos es Los realistas en el Trienio Constitucional (1958), del fallecido hace un año José Luis Comellas (perteneciente a la antigua escuela revisionista de Federico Suárez), que incluye textos de cartas muy interesantes (tomadas de los Archivos de Palacio y de la Biblioteca Nacional) entre el Marqués de Mataflorida y Fermín Martín de Balmaseda (encargado de negocios de la Regencia de Urgel en París), necesarios para una correcta interpretación del resultado insatisfactorio final o (en cierto modo) cierre en falso de la Guerra Realista. Gambra, por su parte, además de valerse de documentos de los Archivos General de Navarra y Catedral de Pamplona, toma sus datos, sobre todo, de dos obras: Historia de la Guerra de la División Real de Navarra contra el intruso sistema llamado constitucional y su Gobierno revolucionario (1825), de Andrés Martín, Párroco de Uztárroz; y Memorias para la historia de la última guerra civil de España. Contiene los principales sucesos de Cataluña desde que se levantaron los primeros realistas hasta el fin de dicha guerra (1826, 2 Tomos), de Josep Marquet i Roca. En ellas se narran, respectivamente, los acontecimientos ocurridos en el Reino de Navarra y el Principado de Cataluña durante la Guerra Realista, los cuales –aunque hubo alzamientos y maniobras por toda la geografía española– constituyen los dos escenarios principales de las operaciones militares realizadas por los realistas contra los nacionales.
(Continuará)
Félix M.ª Martín Antoniano