La anabolena de Ana Bolena

Ana Bolena. Autor anónimo, 1570

Quizás en un futuro alguien dirá que mi amor por mi lengua materna es absolutamente exagerado, tanto más cuanto que tengo tendencia a embarcarme en inverosímiles campañas de reivindicación de tiempos verbales en desuso y a abusar de recursos estilísticos con muy mal encaje en la línea general de estos artículos. Pero es que yo siempre he creído que no sólo importan mucho las cosas que se dicen, sino también cómo se dicen: Aunque creo perfectamente ilegítimo el procedimiento de hacer pasar ideas perniciosas con vestiduras de elocuencia y verbosidad del que han hecho gala muchos escritores y pensadores, no por ello opino que la Verdad deba, necesariamente, contentarse con fórmulas simples: no toda la buena poesía es conceptista y no toda la poesía conceptista es buena, pero resulta que uno de los más ardientes defensores de D. Luis de Góngora y Argote poseía un estilo lírico más próximo al habla popular que a la alta retórica del Siglo de Oro; me refiero, por supuesto, al admirado autor del Romancero Gitano, sobre el que no ha lugar insistir hoy.

Uno de los más interesantes fenómenos en la historia de las lenguas son los préstamos y las adaptaciones de vocablos de otros idiomas: no sé si se han parado a pensar alguna vez en lo rara que es la palabra izquierda, de uso muchísimo más corriente en castellano que el primitivo siniestra (cargado, no en vano, de connotaciones de mal agüero que acabaron dando con ella en el cajón de los cultismos); es rara, porque es de origen vascuence, aunque resulte menos evidente que pizarra, aquelarre o abertzale. Por otra parte, dicho sea de paso, no es que haga falta pizarra alguna para demostrar que la izquierda suele prestarse a los más siniestros aquelarres, vascongados o no.

Una variante singularmente encantadora de la adaptación de vocablos extranjeros es la que tiene lugar cuando la palabra de origen es un nombre propio, que acaba adquiriendo una significación particular muy distinta. No hablo de nombres comunes que designan este o aquel invento a partir del apellido de su inventor, como saxofón o mancerina (y mejor la mancerina, dónde va a parar); hablo de gentilicios que adquieren connotaciones diversas, como sibarita, que antes de designar a los comensales de El Bulli designaba a los refinados habitantes de Síbaris en la Magna Grecia. O trapisondista, que no procede de la homónima (y no epónima) familia de cómic, sino de la epónima (y no homónima) capital del reino de Trebisonda, en lo que hoy es el noreste de Turquía y que fue bastante real, pese a sus desfiguradas apariciones en diversas novelas de caballerías (v.gr. la del Ingenioso Hidalgo, por excelencia): parece que cierta parte de sus habitantes se dedicaron en algún momento a la piratería y al pillaje, de ahí su sentido contemporáneo de liante, gamberro y zarandillo.

Trapisondista forma parte, además, de la definición que ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua de una de las palabras que me hacen estar más orgulloso de ser español y de hablar español que es anabolena. Así, todo junto. Palabra que, naturalmente, deriva del nombre, castellanizado, de la concubina de Enrique VIII con quien, a decir de esa organización que se autodenomina «iglesia de Inglaterra» se casó el monarca inglés tras «divorciarse», siempre según el parecer de la citada organización, de la infanta de Castilla y Princesa Viuda de Gales Catalina de Trastámara, más conocida como Catalina de Aragón, Reina de Inglaterra.

Si buscan Vds. la entrada anabolena en el referido Diccionario, se encontrarán con esta deliciosa definición: «mujer alocada y trapisondista». No sabría dónde informarme sobre cuándo aparece la expresión por primera vez en nuestra lengua, pero a no dudar, no mucho después del bochornoso asunto del divorcio regio, que tan hondas repercusiones tuvo, no sólo para la Historia Universal, sino también para la de la Literatura Española, como prueban La cisma de Inglaterra, de D. Pedro Calderón de la Barca y los excelentes capítulos a ella dedicados en las Historias de la Contrarreforma, del P. Pedro de Ribadeneyra S.I. Aunque, desgraciadamente, el habla popular no haya consagrado catalinadearagón como calificativo propio de la esposa honesta, amante y fiel, nuestra lengua recordará siempre a tan ilustre hija de la villa de Alcalá de Henares por contraposición con su indigna rival, con cuyo nombre podrán ser justamente insultadas todas las amantes adulterinas de entonces acá. No sé, ni me interesa, qué opinión tienen los ingleses de Ana Bolena, pero me reconforta mucho saber que en el mundo hispánico, nuestra misma lengua nos impide llevarnos a engaño sobre el personaje: ¡menuda anabolena que fue Ana Bolena!

La Reina Catalina, legítima esposa de Enrique VIII

Sí, sí, muchas almas sensibleras nos dirán que la pobre tuvo un castigo mucho más severo del que merecía y que el verdadero villano de la historia es Enrique VIII. Estoy de acuerdo con que él es el más culpable del asunto y, sin duda, ninguna de las personas que subió al cadalso reinando Enrique VIII lo merecía más que él. Pero, como ya he explicado con la suficiente claridad, estoy totalmente a favor de la pena capital en caso de adulterio, así que no veo la desproporción en el caso de Ana Bolena, que fue la causa y la ocasión de la cornamenta de la Reina Catalina.

Creo que pocas películas le han hecho justicia a la Bolena, porque todas las que han tratado de su vida han intentado, en alguna manera, reivindicar su «legado». Ninguna película, que me conste, ha intentado con mediana seriedad siquiera, hacer justicia a Catalina de Aragón. Todo lo más, nos la presentan como un cardo borriquero llorón, algo digno de piedad y de lástima, sí, pero con quien semejante Adonis como Enrique VIII (en las películas, digo) no puede, en modo alguno, seguir casado. En el peor de los casos, como un émulo algo torpe de su pérfida, y maquiavélica madre matajudíos, Dª. Isabel, así como la precursora del Gran Inquisidor metido a Rey de su sobrino-nieto, D. Felipe II.

Ahí tienen, por ejemplo, la absolutamente magnífica (y con un título absolutamente mal traducido) Un hombre para la eternidad, en la que ni siquiera sale Catalina de Aragón. Claro que la breve –y creo que muda– aparición de Ana Bolena no resulta demasiado halagadora, ya que la interpreta la siempre desagradable (y en dicho filme, muy particularmente desagradable) Vanessa Redgrave. Aunque no sé si lo hicieron a propósito, más que nada, porque no sé hasta qué punto el desagrado que me inspira es objetivo y compartido…

En fin, anabolena no es el único ejemplo. Y los carlistas tenemos el honor de haber contribuido con uno buenísimo, que también procede del vascuence: se trata, por supuesto, del hoy aún muy popular guiri, que se usa corrientemente para designar, de forma peyorativa a los extranjeros que invaden nuestras costas, sobre todo en verano, pero que originalmente, como todo el mundo sabe, no es sino la abreviación de guiristino, es decir, cristino o liberal, por ser la regente Dª. María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (la reina «casada en secreto y embarazada en público») la cabeza visible del bando que defendía los indefendibles derechos de su hija Isabel, llamada II.

María Cristina de Borbón. «Casada en secreto, embarazada en público».

Y digo indefendibles, porque es un secreto a voces que todo el aquelarre liberal y masón que formaba la corte de la niña-reina jamás habría sostenido su causa (como, de hecho, dejarían de sostenerla tan pronto como en 1868) y se habrían dedicado, simplemente, a llevar a cabo la revolución española por vía directamente republicana, si enfrente no hubiesen tenido un formidable foco de resistencia monárquica, católica y tradicional en forma de requetés. No deja de ser irónico que hoy en día todos los hijos de los liberales de aquellos entonces utilicen la palabreja en cuestión como un insulto contra terceros: «La playa de Málaga estaba hoy llena de guiris». Eso es literalmente cierto en toda circunstancia, salvo en la improbable eventualidad de una celebración de Mártires o de una Asamblea General de la CTrad en la mencionada playa.

En fin, ya ven que se me va la cabeza y la mano hablando de estas apasionantes cuestiones. Termino con mi propia sugerencia de contribución al nunca lo bastante rico léxico castellano con otro préstamo del vascuence de connotaciones muy peyorativas:

Batasuno, -na: guiri trapisondista de izquierdas, dado a los aquelarres abertzales.

G.García-Vao