La primera guerra civil de España (y IV)

«Desembarco de Fernando VII en el Puerto de Santa María», de José Aparicio, 1823-1828

El prestigio de Quesada (quien en la 1ª Guerra Carlista se pondría del lado isabelino, terminando sus días asesinado por una turbamulta en Madrid con ocasión del Motín de los Sargentos de La Granja en Agosto de 1836) quedó eclipsado, y pasó a Francia, nombrando la Regencia de Urgel como sustituto al Teniente General Carlos O´Donnell (de familia noble de origen irlandés, todos sus hijos serían carlistas a excepción de Leopoldo, el futuro líder de la Unión Liberal en los estertores del isabelismo), el cual, no consiguiendo grandes progresos, cede el mando efectivo a Santos Ladrón a finales de Diciembre.

Dejando a un lado la sobrevalorada toma del fortín de Irati por el constitucional José M.ª Torrijos (el mismo cuya justa ejecución en 1831 deploran cada año los liberales de todo pelaje, desde Vox hasta Podemos), las operaciones durante el mando de Ladrón fueron en general favorables a las armas realistas en Navarra y el Alto Aragón, durante Enero y Febrero de 1823, donde se destacaron sus oficiales el Comandante Tomás Zumalacárregui (que no necesita presentación) y el Capitán Miguel Gómez (célebre por su futura expedición por la Península en la 1ª Guerra Carlista). Aunque ya sonaba la noticia de una inminente intervención francesa como ejecutora de las decisiones alcanzadas en el Congreso de Verona (celebrado durante el último trimestre de 1822), aún tendría tiempo Santos Ladrón de alcanzar otra sonada victoria en Urdániz el 26 de Marzo, la cual «podrá contarse –relata D. Andrés– muy semejante a la de las Navas, Covadonga, Clavijo y otras, en que los cristianos, asistidos por el Señor de los Ejércitos, triunfaron del falange africano, enemigo de su nombre».

Las noticias eran menos halagüeñas en el frente catalán, donde Mina había coronado el 3 de Febrero su campaña de exterminio con la toma del fuerte de Seo de Urgel. Los Regentes ya se habían refugiado en el Sur de Francia desde principios de Diciembre, anunciando a finales de mes el General Eguía a Mataflorida su decisión de querer tomar la jefatura del movimiento. Comienza entonces una pugna entre los dos sectores (Comellas, conforme al uso de la época, los califica de moderado –el de Eguía–, y realista –el de Mataflorida–) por erigirse en el único interlocutor válido ante la Corte de París de cara a las negociaciones para la próxima intervención militar. Al efecto, a inicios de Febrero parte Eroles hacia la capital francesa con vistas a contrarrestar el influjo de los hombres de Eguía, más proclives a la implementación del llamado «Plan Villèle», consistente en trasplantar a suelo español el sistema liberal británico de Carta y Dos Cámaras equivalente al de la Pseudorrestauración de Luis XVIII.

Parece ser que el Barón de Eroles fue ganado por el susodicho sector ilustrado-moderado, y, a su vuelta a finales de mes a Perpiñán, donde le esperaba Mataflorida, le dio cuenta, como hecho consumado, que el proyectado Gobierno Provisional estaría copado por la facción afrancesada-moderada de Eguía. Mataflorida, sin embargo, defiende durante el mes de Marzo a la Regencia como la única potestad de derecho, y cuenta Comellas que «las Juntas [realistas], las Diputaciones [realistas], las partidas reconocen a la Regencia, y se niegan pertinazmente a aceptar su disolución y a acatar a la [planeada] Junta Provisional de Gobierno [ideada por el Gobierno francés]». El Duque de Angulema intenta conseguir de Mataflorida una renuncia formal, pero éste le responde que «la Regencia podrá no ser reconocida, pero no puede ser destruida por autoridad extranjera».

El fin de la Regencia de Urgel llegará, una vez más, a partir de los hechos consumados, cuando el 6 de Abril lanza un Manifiesto la Junta Provisional, cuya instalación solemne se verifica en Oyarzun tres días después (compuesta por Eguía, Calderón, Erro y el Barón de Eroles, tal y como se había acordado en las negociaciones de Febrero), y que sería sustituida por una nueva Regencia (patrocinada ésta por la Santa Alianza) instalada el 26 de Mayo, que durará hasta la plena restitución de Fernando VII en el poder el 1 de Octubre, fecha del Real Decreto en que declara la nulidad de pleno derecho de todo lo actuado durante el Trienio.

Los (mal llamados) Cien Mil Hijos de San Luis entraron en la Península el día 7 de Abril, haciendo poco menos que un paseo militar, y yendo a la vanguardia las columnas de realistas (integradas en tres Divisiones, conducidas por el Conde de España, Quesada, y Eroles), las cuales fueron mantenidas por el Rey, originando, así, durante la década fernandina, el glorioso Cuerpo de Voluntarios Realistas, que habrían de servir de base para la movilización de 1833. El 12 de Abril se recibe en París un Informe del Duque de Angulema dejando bien clara la oposición de los españoles al «Plan Villèle» y su preferencia por la más ortodoxa orientación realista de la recién extinguida Regencia de Urgel. Si bien el Plan es, pues, desechado, tampoco se produjo una plena victoria realista, pues, bajo la sombra de la Santa Alianza, también entraron dentro de los Gobiernos fernandinos elementos moderados que, a la postre, irían ganando influencia frente a los realistas, hasta su decisivo «triunfo» en lo que F. Suárez llamó el Golpe de La Granja en Septiembre de 1832, paso previo para la usurpación liberal.

Félix M.ª Martín Antoniano