Lo que el viento se llevó en el Vaticano

Con ese título se publicó en Italia, en la última etapa de Juan Pablo II, un libro que denunciaba las diferentes derivas observadas dentro de la Curia romana desde el pontificado de Pío XII (Via col vento in Vaticano, Kaos edizioni, 1999).  Aunque se ofrecen múltiples ejemplos de peripecias análogas desde los tiempos escriturísticos, los entresijos de nuestra época parecen cobrar caracteres señaladamente escandalosos.

La mayor parte de los autores de esta obra colectiva, altos funcionarios de la Santa Sede, permanecieron anónimos y el texto original resultó agotado en las librerías, siendo rápidamente traducido al inglés (Shroud of SecrecyThe Story of Corruption within the Vatican, Key Porter Books, 2000), al francés (Le Vatican mis à nu, Robert Laffont, 2000) y al español (El Vaticano contra Dios, Zeta Actualidad, 2005).

Como actualmente se halla disponible en internet, me voy a centrar aquí en tres aspectos que despuntan en medio de una bruma general poco edificante y que son del interés indudable de los católicos del siglo XXI: los orígenes de Pablo VI en el gobierno eclesiástico, la revolución litúrgica y la infiltración de la masonería en la cúpula de la Iglesia post-conciliar.

La peculiar carrera de san [¿?] Juan Bautista Montini ya ha sido relatada en otras ocasiones.  En este caso se hace de forma meridiana.  Tras la muerte del cardenal Maglione en 1944, quedó el joven sustituto lombardo al frente de la Secretaría de Estado de Pío XII.  Pero él no era consciente de que el coronel Arnould lo observaba en secreto, para poder informar mensualmente al pontífice de sus actividades.

En agosto de 1954, descubrió que Montini mantenía relaciones secretas con miembros del partido comunista de la Unión Soviética que perseguían a los obispos, sacerdotes y fieles católicos en la clandestinidad con el fin de poder eliminarlos por millares. Por si eso fuera poco, el futuro Pablo VI le ocultaba al entonces papa el cisma de los obispos chinos.

Para castigarlo por sus intrigas, Pío XII le expulsó de Roma, nombrándole arzobispo de Milán (promoveatur ut amoveatur), donde lo mantuvo hasta su muerte sin hacerle cardenal.  Apenas unas semanas después de acceder al solio Juan XXIII, Montini recibió la púrpura, abriéndose para él grandes posibilidades de cara al próximo cónclave.  Para no perder opciones, hubo de eliminar algunos documentos acusatorios…  Pero dejamos al lector en el suspense para que pueda consultar el fin de la historia.

Por lo que se refiere a la cuestión litúrgica, no cabe decir que sea ésta propiamente una obra del sector que se ha venido a llamar «tradicionalista».  Y, sin embargo, los términos que utiliza para calificar la reforma llevada a cabo por Pablo VI no pueden ser más severos:

 «A resultas de esta reforma se produjo un giro de ciento ochenta grados.  El hombre se convirtió en actor principal, escenógrafo que manipula la liturgia para hacerla entrar en nuestro juego, un poco como si se tratase de un meeting o un happening.  Subvertida de esta manera, la liturgia se reduce a un conjunto de preocupaciones pedagógicas y humanitarias de catequistas.  Se ha convertido en una escuela de charlatanería […].

Desvestida, desnuda, violentada, cubierta solo por una hoja de parra, la nueva liturgia transformada de esta manera queda al arbitrio de los abusos de poder del primer violador que aparezca.  Antes guardiana de las verdades eternas, y por tanto rica en arte y pensamiento, hoy se ofrece a las manipulaciones de ceremonieros caprichosos […].

Nunca en la historia de las religiones, incluidas las primitivas, se ha visto un pueblo que haya sido más despojado de sus tradiciones religiosas seculares mediante un golpe de relámpago, como se ha producido en la Iglesia católica latina con su vieja liturgia, la verdadera liturgia, procedente del viejo filón latino elegiaco confirmado por el canto gregoriano, sustituido por un montón de composiciones desprovistas de todo sentido lírico y estético, por pequeñas poesías pobres en contenido teológico y sin fuerza descriptiva, pálidas, sin la menor viveza ni relieve literario.  Conceptualmente, el contenido es mediocre, casi primitivo, sin fuerza, ideal ni verdad, sin arte poético ni musical».

Terminamos con el análisis sobre la masonería.  Apenas llegado a Milán en 1954, el futuro san [¿?] Pablo VI nombró como asesor financiero al masón Michele Sindona, que se llevaría a Roma al ser coronado Papa, junto con los también masones Roberto Calvi, Licio Gelli y Umberto Ortolani, todos de la logia P2, conocida en Inglaterra como «la logia eclesiástica».

Otros dos personajes vinculados a la masonería citados en el libro son Anibale Bugnini, autor de la reforma litúrgica paulina, a quien el Gran Oriente de Italia realizaba sustanciosas transferencias bancarias mensuales; hasta que, en 1975, fueron públicamente descubiertos ambos por la prensa y el eclesiástico resultó rápidamente enviado como nuncio pontificio a Irán.

Y, finalmente, el cardenal Baggio, nada menos que prefecto de la Sagrada Congregación para los Obispos y uno de los tres contendientes en los cónclaves siguientes (que eligieron a Luciani y a Wojtyla), junto al progresista Benelli y al conservador Siri. Suele citarse a estos dos, pero se olvida comúnmente al primero.

Miguel Toledano, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo de Madrid