
H. Douglas se dio clara cuenta de que, efectivamente, la ideología del capitalismo clásico era una falacia y había que combatirla. Pero la forma lógica que tenía de solucionar la «cuestión social» –readaptando el sistema financiero a la nueva realidad de la producción moderna de bienes y servicios, a fin de facilitar tanto su distribución como la libertad económica de las familias de la comunidad– chocaba diametralmente con los «planes sociales» de los controladores del dinero y de sus sociólogos fabianos.
Douglas resumió su análisis de la situación económica contemporánea con el llamado «Teorema A + B». Previo a su interrogatorio, Douglas presentó el 1 de Mayo de 1930 un Informe al Comité de Finanza e Industria, más conocido como Comité MacMillan –formado por el Gobierno británico a fin de conocer las causas de la depresión económica tras el Crack del 29–, en donde aparecía la siguiente formulación del Teorema: «Un fábrica u otra organización productiva tiene, además de su función económica como productora de bienes, un aspecto financiero: puede ser considerada, por un lado, como un mecanismo para la distribución de poder adquisitivo a los individuos, a través de sueldos, salarios y dividendos; y, por otro lado, como una manufactura de precios (valores financieros). Desde este punto de vista, sus pagos pueden dividirse en dos grupos: Grupo A.- Todos los pagos realizados a individuos (sueldos, salarios, y dividendos). Grupo B.- Todos los pagos realizados a otras organizaciones (materias primas, cargas bancarias, y otros costes externos). Ahora bien, el ritmo de flujo de poder adquisitivo a los individuos está representado por A, pero como todos los pagos van a los precios, el ritmo de flujo de los precios no puede ser menor que A más B. Puesto que A no podrá adquirir A más B, una proporción de la producción al menos equivalente a B debe ser distribuida mediante una forma de poder adquisitivo que no esté comprendida en la descripción agrupada bajo A». Es decir, con la introducción de nuevas energías en los procesos productivos distintas al trabajo humano, se genera el absurdo económico de que a una comunidad política se le haga cada vez más difícil tener acceso a su propia producción de bienes y servicios, originándose la conocida paradoja de «la pobreza en medio de la abundancia». Douglas constataba la verdad de que el propio sistema económico moderno no era autoliquidable (a diferencia de los capitalistas clásicos). Y por ello se hacía necesario un reajuste periódico en el sistema financiero, que permita hacer cumplir al régimen económico real su fin social de distribución de bienes y servicios básicos a la sociedad, fomentando su emancipación económica.
El problema para los fabianos, repetimos, no estaba (no está) en reconocer (de manera más o menos velada, eso sí) esta insuficiencia crónica de poder de compra. La divergencia se encontraba en la solución planteada y en el fin «social» buscado. Keynes conocía muy bien las propuestas del «Crédito Social», pues él era uno de los miembros del dicho Comité que interrogó a Douglas. Su crítica, sin embargo, apenas quedaría reducida al siguiente texto (op. cit.): «A partir de la [Primera] Guerra [Mundial] ha habido un diluvio de teorías heréticas de subconsumo, de las cuales las más famosas son las del Mayor Douglas. La fuerza de la tesis del Mayor Douglas ha dependido considerablemente, por supuesto, de que la ortodoxia no tiene respuesta válida para buena parte de su crítica destructiva. Por otra parte, su diagnóstico detallado, particularmente el llamado Teorema A + B, está en su mayor parte formado de mistificaciones. Si el Mayor Douglas hubiera limitado sus partidas B a las reservas financieras de los empresarios a las que no corresponde gasto corriente en reposiciones o renovaciones, estaría más cerca de la verdad. Pero aun en ese caso es necesario dejar cierto margen para la posibilidad de que estas reservas estén contrarrestadas por nuevas inversiones en otros sentidos, así como por el aumento de los gastos en el consumo. El Mayor Douglas tiene derecho a pretender, en contra de algunos de sus adversarios ortodoxos, que por lo menos no se ha olvidado de una manera tan cabal del problema más prominente de nuestro sistema económico. Sin embargo, no tiene derecho a la misma graduación –quizá pueda considerársele como soldado raso, pero no como Mayor en el bravo ejército de los herejes– que Mandeville, Malthus, Gesell y Hobson, quienes, siguiendo sus intuiciones, han preferido ver la verdad obscura e imperfectamente, en vez de sostener un error, alcanzado ciertamente con claridad y consistencia y por medio de lógica sencilla, pero con hipótesis inadecuadas a los hechos».
Por desgracia, seguimos a día de hoy con un sistema financiero defectuoso que promueve las políticas keynesianas «ortodoxas»: crecimiento económico, pleno empleo y Seguridad Social.
Félix M.ª Martín Antoniano