El tilo, el árbol de la tranquilidad y de la justicia

Un tilo

En una ocasión memorable, en el temido y decisivo mes académico de junio, cuando me examinaba de Álgebra en la Escuela de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid, una profesora del departamento me trajo una tila de la cafetería, al observar mi agitado estado de nervios. Tras esta amable acción aprobé la temida asignatura. Siempre pensé que en aquel caluroso 13 de junio San Antonio había mandado un ángel. Esto no es solo figurativo pues me enteré luego que el afamado catedrático D. Ángel de la Fuente fue el que sugirió a la profesora el que me trajese tan benéfica bebida calmante.

Y es que la tila es una joya, muy apreciada como calmante de nervios y de empleo contra la hipertensión, arterias endurecidas, dolencias cardiovasculares, resfriados, gripes y virus, jaquecas y trastornos digestivos. Se ha comprobado que por el mero hecho de descansar bajo un tilo en la época de floración ya se perciben y aprovechan sus saludables y relajantes efectos. Este puede ser el ancestral origen de celebrar juicios bajo los tilos en la sociedad tradicional europea. Eso sí, las flores poseen efectos narcóticos si se recogen muy pasadas, por lo que se recomienda cosechar las flores nada más que se abren.

Flores del tilo

El tilo (teya en asturleonés, tell en el Reino de Aragón hasta Montpellier y ezki en vascuence) es un imponente árbol de sombra de hasta 25 m de altura de copa amplia, tronco derecho y robusto, con preciosas hojas acorazonadas y asimétricas de margen aserrado y ápice estrecho y puntiagudo. Las flores en grupos aparecen insertas en una típica bráctea ovalada de unos 4 a 7 cm. Las sumidades floridas constituyen la tila que aparece en junio y julio y cuya producción es muy constante. La polinización tiene lugar por las abejas que fabrican una fragante y dorada miel con su néctar.

Con su fibrosa  y fuerte corteza se fabrican fuertes cuerdas, especialmente sogas para pozos y barcos, ya que resiste al permanecer en agua, esteras, redes para pescar, sandalias y, hasta el siglo XVIII sirvió para recubrir los escudos de guerra y el interior de cascos y armaduras de los bravos guerreros. Estos apreciados usos —ya registrados en yacimientos prehistóricos— llegaron a tener tal aceptación, que tradicionalmente se plantaron extensos tilares, montes de tilos, para aprovechar sus ramas cada 20 años y surtir de fibras y cuerdas a los buques de la Armada. La promoción del tilo se hizo durante siglos en países europeos, especialmente en Rusia, que ha sido siempre el país de los tilos. En España esto ocurrió en la montaña cantábrica, pirenaica e ibérica, especialmente en los valles asturleoneses y castellanos. Allí todavía perduran restos de las dehesas de tilos trasmochos, en su día cuidadas con esmero y aprovechadas juiciosamente, aunque posteriormente, las desamortizaciones liberales y los injustos abandonos impuestos por los desequilibrados Parques Nacionales las han relegado tristemente a contados parajes.

La leña del tilo es de regular calidad pero excelente su carbón vegetal, apreciado por su carácter filtrante, era antaño buscado para fabricar pólvora.

El tilo, en terrenos calizos se asocia en simbiosis con la apreciada trufa negra (Tuber nigrum) y en Provenza e Italia (próximamente en Castilla) con la blanca (Tuber magnatum), el alimento más caro (hasta 100.000 euros el kilo) de nuestros lares.

¡¡A plantar tilos y a tomarse una tila!!

Juan Andrés Oria de Rueda de Salgueiro. Círculo Matías Barrio y Mier de Palencia