De entre los ensayos del filósofo Manuel García Morente (del Morente anterior a su conversión) nos llaman la atención dos sobre la figura del pensador sefardita de la Holanda del siglo XVII Benito Espinosa: «La filosofía de Espinosa en la cultura moderna» (1915), y «Goethe y Espinosa» (1918). El académico de la «Universidad Central» destaca el contraste entre un Espinosa prácticamente ignorado tras su muerte (1677), y un Espinosa «resucitado» y elevado a icono fundador y animador de aquel movimiento cultural alemán del último tercio del siglo XVIII Sturm und Drang («Tormenta e Ímpetu») que está en el origen de la más amplia corriente (aparentemente) anti-ilustrada denominada Romanticismo que se extendería por toda Europa en la primera mitad del XIX.
Morente señala, a su vez, la dificultad que existe entre los estudiosos a la hora de clasificar un pensamiento que ha marcado un influjo decisivo en aquellos literatos y «filósofos» románticos (sobre todo alemanes) que constituyen el germen «intele22ctual» de nuestra Edad Contemporánea: Schleiermacher, Schelling, Schopenhauer, Schiller, los Schlegel, Novalis…, y, principalmente, Hegel, verdadero heredero «espiritual» de Espinosa (y cuyo legado se transmite y prolonga hasta el movimiento cultural del Modernismo en la primera mitad del siglo XX, con la figura de Nietzsche a la cabeza, a quien también podemos encontrar como base de todo tipo de tendencias posmodernas, con indiferencia de que se autoproclamen de «derechas» o de «izquierdas»).
Lo normal es que, en los manuales al uso de Historia de la Filosofía, aparezca Espinosa entre las cabezas directoras del racionalismo-nominalismo protagonistas de la revolución «filosófica» antiescolástica: lo que Descartes y Gassendi representan para Francia, F. Bacon (y su Novum Organum) para Gran Bretaña, Galileo para algunos Estados italianos, o Leibniz para los Estados alemanes protestantes, eso mismo –dicen– vendría a representar Espinosa para la rebelde (neo)República de los Países Bajos (del Norte). En concreto, dada la formación matemática del sefardita (rasgo común de los pioneros racionalistas), y su erudición cartesiana (como se refleja en su obra Principios de Filosofía de Descartes), nada más natural en principio que aquella equiparación; y, sin embargo, ¿por qué fueron los portavoces del movimiento romántico (reacción frente al racionalismo llevado por la Ilustración al paroxismo) los que le reivindicaron? Es importante apuntar que Espinosa no constituye una verdadera oposición a la nueva perspectiva ideológica pregonada por los racionalistas, sino que supone y acepta sus nuevos métodos y nociones, y buena prueba de ello es la meticulosidad con que encasilla y organiza sus definiciones y conceptos en una obra que, no sin razón, denominó Ética demostrada al modo geométrico (a la que complementa su otro escrito Tratado de la reforma del entendimiento). Entonces, ¿cuál es el rasgo que le distingue y le hace diferente? ¿Qué añade él al enfoque racionalista que hace que lo supere? Morente subraya muy bien el prisma esencialmente analítico que los racionalistas aplican a la realidad: la dividen y trocean en «unidades» individuales, en una eterna búsqueda de «la verdad» a partir de las «pequeñas verdades» obtenidas de las infinitas «unidades» del mundo tomadas cada en una en especial.
En cambio, Espinosa, sin negar esa óptica, aspira a conseguir una concepción global; aspira a otro tipo de «unidad»: una sola sustancia en que se integre toda «unidad» particular. En verdad, hay un anhelo natural de comprensión universal en el alma de todo hombre, y que es soslayado por las escépticas indagaciones de los racionalistas «puros»: éstos no pueden satisfacer esas ansias de dar un sentido general a la vida que explotan los románticos. El fin de Espinosa (que no hace sino recuperar el antiguo gnosticismo) es el de ofrecernos una idea «unitaria» determinista del mundo para otorgarnos una pauta fatalista de la vida que «libere» nuestros actos «espontáneos», ya a nivel individual resignándonos al destino (en su Ética), ya a nivel colectivo sometiéndonos completamente al Estado totalitario (como desarrolla en su Tratado teológico-político). ¿Qué nos pregona Espinosa: una filosofía, una «religión», es poesía tal vez? Morente lo cataloga con la palabra romántica alemana Weltanschaaung, que hoy día se la traduce como «cosmovisión» asimilándola al término «ideología», pero que realmente denota al principio una «intuición del mundo», una supuesta intuición intelectual, no del ser en general (como defiende la filosofía escolástica), sino del «Ser Único» o «Dios» (como sostiene el ontologismo).
En fin, el ateísmo consecuente de Espinosa está cabalmente sintetizado en la primera proposición condenada por el Syllabus: «No existe ningún ser divino, supremo, perfecto en su sabiduría y su providencia, que sea distinto de la universalidad de las cosas, y Dios es idéntico a la naturaleza de las cosas, y, por consecuencia, sujeto a cambio; Dios, por esto mismo, se forma en el hombre y en el mundo, y todos los seres son Dios y tienen la propia sustancia de Dios. Dios es, de ese modo, una sola y misma cosa con el mundo, y, por consecuencia, hay la misma identidad entre el espíritu y la materia, la necesidad y la libertad, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, y lo justo y lo injusto».
Félix M.ª Martín Antoniano