El Carlismo ante el aborto: el recto combate

Manifestación provida. Foto: F.Villacisneros/Madrid Diario

Con ocasión de la aprobación por el Consejo de Ministros de la nueva Ley del Aborto, la democracia cristiana en su conjunto organizó una manifestación en Madrid, que tuvo lugar el 26 de junio. El encuentro estaba abanderado por la plataforma NEOS, sobre la que ya se ha hablado en La Esperanza, tanto por parte de otros autores como del que suscribe. No es la única convocante; entre los demás encontramos ―¡qué sorpresa!― a la ACdP (ex ACNdP), la Asociación Cristianos en Democracia, Foro Español de la Familia… y otros paladines del liberalismo «católico».

Aunque no me interesa tanto entrar en la manifestación en sí, es inevitable referirme a algunos de sus rasgos más señeros para ilustrar el cuadro que contemplamos estos días. El liberalismo medular de estas asociaciones, unido a su naturaleza clerical entendida como brazo societario del oficialismo eclesiástico, los lleva a una denuncia de los efectos, previa sacralización de sus causas. Así las cosas, no veremos denuncias al constitucionalismo ateo ―aplaudido histórica, doctrinal y fácticamente por todos ellos― causa de la secularización española, sino ataques a fantasmas y espectros identificados con términos como «ingeniería social izquierdista», «marxismo cultural», «totalitarismo socialista» y demás caricaturas. La democracia cristiana, ante su incapacidad de denuncia del enemigo liberal, ha asumido el discurso del conservadurismo societarista, él les permite clamar contra las intromisiones individuales y, a la vez, invocar las piadosas interpretaciones constitucionales que no les encaren con el oficialismo católico.

Que la democracia cristiana pretenda ahora salvar al enemigo que durante siglos viene desarticulando al pueblo católico no es nada sorprendente, para eso nació. Que bauticen y bendigan las bondades de la dignidad liberal kantiana, la autonomía personal y la sana laicidad no es motivo de pasmo, pues son los instrumentos de su justificación. Sin embargo, en medio de este magma hediondo, ayer fui testigo de un hecho que superó las barreras de mi asombro. Una agrupación autodenominada «tradicionalista carlista» ha decidido no sólo sumarse a la manifestación, sino invitar a sus huestes a la convocatoria, por lo menos a nivel regional (hasta donde sé).

Si por algo se ha caracterizado el carlismo a lo largo de su historia, ha sido por el feroz combate contra la revolución y sus tentáculos sin excepción. Ejemplos pueden darse miles, los conflictos protagonizados por El Siglo Futuro, especialmente en su fase anterior al Manifiesto de la Prensa tradicionalista (Burgos, 1888), o los combates con la Unión Católica de Alejandro Pidal, entre otros, evidencian que el carlismo, desde el primer momento, percibió que el liberalismo católico representaba una trampa para la tradición católica, por lo que el concurso a sus cantos de sirena implicaba una imprudencia grave en el mejor de los casos.

La participación del grupo que profana las siglas de nuestra gloriosa Comunión en la iniciativa abanderada por NEOS y sus asociaciones próximas evidencia una ausencia de fundamento, así como un abuso nominal al identificarse con la tradición política española, esto es, con el carlismo, pero no quiero entrar en ello. El carlismo es un claro enemigo, como es evidente, de las leyes contrarias al orden natural y cristiano, pero no puntualmente o de forma atomizada, sino porque manifiestan la podredumbre de las raíces que sustentan el sistema liberal que ha desvencijado a España. Desde esta perspectiva, podremos no sólo frenar las consecuencias de la autonomía individual, sino fundamentar rectamente la comunidad política, permitiendo que su existencia implique la consecución del bien común. Lo contrario nos encerrará en proyectos impregnados de voluntarismos heterogéneos, que confunden el ser con el querer, al renunciar a los medios católicos y naturales para afrontar el combate que vivimos.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense