Don Juan de Borja, en la tercera de sus Empresas morales (1680), tras reconocer «la carga y pesadumbre que el mundo da a cada uno en su estado» (pág. 6), anima a «ponerle los hombros», pues «no por esto debemos desmayar ni dar con la carga en el suelo». Antes bien, «haciendo nuevo esfuerzo» (con el favor de Dios), hay que sufrir como Atlas la pesadez de estos tiempos. Pues, «si la comparamos con el premio que por los trabajos se espera en la otra [vida]», los sufrimientos y adversidades de hoy son leves y momentáneos como un soplo que pasa. La losa que nos oprime no durará más «de lo que nos conviene» (pág. 6).
No debemos olvidar que «todo coopera en bien de los que aman a Dios» (Rom 8, 28). Y que por tanto la carga y pesadumbre de esta época puede servir a nuestra Causa. No sólo porque es probable que este mundo caído por el liberalismo toque fondo, y Dios suscite en nuestra patria el desengaño. También porque nos mueve a soportar por Cristo las fatigas del Resto político tradicional. Estando en estado de gracia, los trabajos por la Causa, además de meritorios, serán de provecho, de una manera que no podemos sospechar, pues es Dios quien da el crecimiento (Cf. 1 Cor 3, 6).
No podemos, de ninguna manera, ser Atlas de museo. Las telarañas anidarán desde el suelo hasta los hombros; hierbajos y matojos crecerán a nuestro alrededor, anfibios y lagartos frecuentarán los recovecos de un folclorismo anacrónico, idóneo para un corazón de piedra, pero no para la tradición. Con vocación de Atlas de carne y hueso, asistidos por la gracia de Dios, hay que elevar la carga hasta el cielo. Y sólo así, sobrenaturalizando el esfuerzo, podremos dar al mundo lo que el mundo no quiere: la doctrina de nuestros ancestros.
Y no cualquier doctrina. Sino esa que sabemos que tiene razón. Esa que late con sangre de mártires y está viva, porque sostiene carga y pesadumbre y es verdadera. Es la doctrina llamada a sostener el dolor de nuestra patria cuando la carga del liberalismo haya caído al suelo, y se necesite un nuevo Atlas.
Pero este peso, no lo olvidemos, comparado con la eternidad, es sólo un viento leve y momentáneo. Mientras tanto, con la gracia de Dios, hay que poner los hombros y elevar el orbe de la patria, hasta donde sólo Dios lo sabe.
David Mª González Cea, Cádiz