El domingo 19 de junio se realizó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de la República de Colombia. El escrutinio dio como ganador al senador progresista Gustavo Petro y desde el Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas presentamos nuestro balance:
De los 39 millones de ciudadanos habilitados para votar acudieron a las urnas 22.687.910 personas, un millón más de los que acudieron en primera vuelta. En porcentaje la participación aumentó de un 54,8% a un 58,17%, un aumento significativo pero que no debe alarmar a nadie, pues la participación en las elecciones siempre es desigual. Esto se refleja en el 47,43% de las Elecciones Legislativas del pasado marzo.
El aspecto más importante a resaltar es el debilitamiento tanto de la abstención como del voto en blanco y el voto nulo. La segunda vuelta del año 2018 registró una participación del 54%; con 807.924 votos en blanco y 265.857 votos nulos; en 2022 con una participación mayor se obtuvieron 500.000 votos en blanco y 270.085 votos nulos.
Esta tendencia ya la resaltó el periodista Daniel Coronell en una entrevista reciente con el presidente electo, quién se convirtió en el presidente más votado en la historia de Colombia con 11.121.986 votos; pero a su vez, su rival Rodolfo Hernández se convierte también en uno de los más votados, con 10.604.337 votos. Y como destacó el presidente electo, la gente cada vez vota más.
Como tradicionalistas seguiremos sosteniendo que la abstención es la opción más acorde a la doctrina católica. Una postura similar tiene la asociación Voto Católico Colombia que realizó una loable campaña en contra las nefastas propuestas de los candidatos y refutó la falsa doctrina del mal menor. Tal campaña no evitó que la abstención disminuyera, pero bastó para que los sectores cercanos al uribismo culparan a la asociación de la victoria de Petro.
Es necesario aclarar que la victoria de Petro no supone el triunfo del comunismo sino el del globalismo liberal. Los conservadores y demás defensores del statu quo ignoran que aquello que tanto defienden es lo que tanto daño le ha hecho a Colombia. No sobraron aquellos que vaticinaron el fin de la democracia y de la Constitución de 1991, como si fueran realidades indeseables.
Ahora bien, hay una tendencia política regionalizada que se ha venido repitiendo en las últimas elecciones. Por un lado, el centro oriente del país apoyando al candidato del statu quo mientras que Bogotá, la costa Caribe y la periferia (las regiones abandonadas por el Estado) apoyan al candidato del cambio.
El mapa por departamento proporcionado por la Registraduría es bastante útil. Sin embargo, preferimos el mapa sectorizado por municipios y proporcionado por la misma institución. Este mapa ofrece cambios sutiles pero muy importantes. En morado se indican los municipios en que ganó Petro; en en amarillo, Rodolfo:
Mapa por municipios. Registraduría Nacional del Estado Civil.
Por un lado, departamentos que por suma de votos apoyaron a Rodolfo Hernández (Antioquia, Vichada, Meta, Guaviare y Caquetá) poseen zonas que apoyan a Gustavo Petro. Estas zonas no son despreciables, pues son las que están lejos de las cabeceras urbanas, demostrando así la desconfianza de las periferias en el statu quo de los conservadores. Importante resaltar el caso de Antioquia, donde el Urabá apoyó más a Petro que a Hernández.
En el caso de los departamentos que dieron la victoria a Gustavo Petro hay dos tendencias. Por un lado, zonas abiertamente rodolfistas como el sur de Bolívar y el sur del Cesar, las cuales guardan muchas conexiones con Bucaramanga y el departamento de Santander (donde nació Hernández). Esto permite inferir que están desvinculadas de las redes clientelares de la costa (y también abandonadas por la misma).
La otra tendencia son las islas. Comunes también en los departamentos rodolfistas. Pequeñas manchas de pocos municipios que van en contravía de los demás. Ninguna de ellas es casualidad; las islas que representan a los centros poblados importantes están pintadas de amarillo y las que representan lugares abandonados están pintados de morado.
Y si bien el lector no debe dejarse endulzar por las estadísticas que muestran al presidente electo como una fuerza del cambio, no debe ignorar tampoco la profunda división de la sociedad colombiana. Ya lo advertía el historiador Marco Antonio Palacios en su libro Colombia: País fragmentado, sociedad dividida; pese a ser un país centralista, las regiones no están integradas entre sí.
Gustavo Petro supo ganarse el favor de las periferias con promesas de mayor integración, aunque por la trayectoria de este la integración está en favor del globalismo y no de la autarquía. Rodolfo Hernández por su parte supo ganarse el favor del clientelismo del centro oriente del país con un discurso populista, pero carente de una unidad ideológica.
La política colombiana está lejos de tener partidos con ideologías definidas, aunque el Pacto Histórico parece ser el primero en ello (ideología globalista). Es el clientelismo y la corrupción los que gobiernan Colombia; el poder está en ellos y no en el presidente o en el Congreso.
Como se evidenció en la selección del senador Roy Barreras como presidente del Congreso, Gustavo Petro ha tenido que pactar con las mafias que tanto denunció para asegurar su cargo. El lector no debe temer a una dictadura comunista. Realmente nada ha cambiado: el amo es el mismo —EEUU—; el capataz es otro —Petro.
Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín