Los enemigos de la sociedad tradicional odian la figura del padre. Sabemos que la propia palabra «padre» les incomoda, fastidia, molesta; desafortunadamente no se quedan en un ámbito personal, ni teórico, sino que lo llevan a la poiesis, ya que, financian o dan publicidad a grupos que se oponen firme y ruidosamente a la figura paterna.
En la concepción clásica de la sociedad el padre es la pieza clave que fundamenta la libertad personal, pero también la libertad política.
La libertad personal se ha fundamentado sobre la base de la relación del hijo con el padre. De hecho, en latín «hijos» se dice liberi que también significa «libres» de donde también tiene su origen la palabra libertad. En la Antigüedad quienes no eran liberi (hijos), eran siervos que podían quedar asimilados a los animales. A esto mismo quieren conducirnos los actuales posmodernos, de un modo cobarde y «astuto», pues se sirven de disfraces y maquillajes. Nos quieren de vuelta hacia el paganismo e incluso se diría que miran hacia las cavernas (irónicamente quienes dicen van hacia el progreso) cuando nos proponen, en los mejores escaparates, una moda andrajosa y harapienta.
«Una sociedad de individuos aislados sin padre es como un rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el Estado», afirmaba Tocqueville. Quieren un futuro donde no se podrá llamar a nadie «padre», sólo «amo»; sí, nos quieren huérfanos. Peor aún, como apuntan las medidas que adoptaron desde el poder en el último confinamiento con motivo del Covid, hay indicios para pensar que los animales acabarán teniendo tantos o mayores derechos que las personas. Se habrá vuelto al concepto de servus romano. Eso sí, todos tendremos un móvil/celular con unas aplicaciones impresionantes, de las que también somos y seremos esclavos.
El propio Tocqueville cuenta cómo las familias formaron una comunidad, se organizaron en municipios libres. En la sociedad tradicional se gestionaban los asuntos más cercanos por parte de los que realmente conocían la situación y las posibles soluciones ¡el famoso principio de subsidiariedad! Arreglar los asuntos del patrimonio familiar sin depender hasta los mínimos detalles de una ley; educar a los propios hijos eligiendo, si fuera preciso, la enseñanza en casa, sin soportar la amenaza vengadora de los servicios sociales. Por ello, como hijos de nuestro Padre Celestial, debemos de transmitir la santa tradición y no ser traidores a ésta sirviendo a otros amos que nada bueno traen. Como decía Álvaro D’Ors: «¿De qué sirve reinar en un parlamento si no podemos reinar en nuestras casas?»
Mariana de los Ángeles Quispe Verástegui, Círculo de Lectura «Tradición»