Reflexiones en torno a un nuevo 18 de julio

El Rey legítimo de las Españas Javier I, junto a su Jefe Delegado Manuel Fal Conde. Monasterio de Montserrat, Diciembre de 1951

Este periódico La Esperanza, en su primera época, dedicaba todos los 2 de Mayo un editorial para aclarar y recordar el verdadero espíritu del glorioso levantamiento de aquella fecha, manipulado y tergiversado en sentido liberal-revolucionario por los propios constitucionalistas gaditanos, así como por sus herederos políticos del Estado isabelino de aquel entonces. El no menos glorioso alzamiento del 18 de Julio sufrió análoga falsificación por parte del propio General Franco y su dictadura, y, si bien el régimen actual (heredero legítimo del de Franco) abomina de esa fecha, pensamos que también vendría bien realizar sobre ella la misma labor clarificadora.

En lo que respecta a su sentido socio-político genuino, resulta más fácil aún rastrearlo en el caso del 18 de Julio, pues basta con fijarse en las comunicaciones oficiales intercambiadas entre los representantes de la Comunión legitimista y los de aquella porción del Ejército Republicano insatisfecha con la situación política imperante. A menudo se ha acusado a los agentes legitimistas de una cerrazón e intransigencia «imprudentes», propias de una actitud egoísta y partidista. El propio General Mola, actuante en nombre de los militares republicanos sublevados, recriminaba a los legitimistas diciéndoles: «El precio que Vds. ponen para su colaboración no puede ser aceptado por nosotros. Al Ejército sólo le interesa la salvación de España; nada tiene que ver con la ambición de partidos». Pero es que ese «precio» consistía precisamente en las bases jurídicas y socio-políticas mínimas objetivas para la verdadera «salvación de España». Fal Conde, Jefe Delegado de la Comunión, las resumía en dos puntos: «Uno sustantivo de futura gobernación sobre base de antiparlamentarismo, desaparición de toda política de partido, y reconstrucción social para la vida política nueva en forma orgánica o corporativa, en que, atendido el problema religioso, se encauce toda la política a esa transformación y urgente renovación. Y otro relativo al símbolo. Jamás saldremos en acción militar con la bandera tricolor; mas tampoco sin ninguna bandera, ni aun con la bicolor si el contenido sustancial ha de ser republicano». La Junta de Defensa Nacional daría la razón a los legitimistas con su disposición de 29 de Agosto restaurando la Bandera Real, al decir: «Sólo bastardos cuanto criminales propósitos de destruir el sentimiento patriótico en su raíz, pueden convertir en materia de partidismo político lo que, por ser símbolo de la Nación, está por encima de parcialidades y accidentes». Aquí se ve una fuerte contaminación liberal-nacionalista, pues la bandera bicolor no es símbolo de ese ente ideológico moderno llamado Nación, sino de la Familia Real legítima española, y, en concreto, del Rey legítimo español. Es fácil deducir que, si el símbolo no es partidista sino objetivamente bueno para todo genuino español, lo mismo ocurrirá, a fortiori, en relación a lo simbolizado: el Rey legítimo; ya que lo simbolizado, por definición, es siempre más importante que el símbolo.

El General Sanjurjo –quien, no perteneciendo al Ejército Republicano, encabezaba, sin embargo, el levantamiento de los Generales republicanos sublevados– acabó dando la razón a la Comunión, surgiendo así, por palabra de honor entre caballeros, el Pacto fundacional del 18 de Julio, y firmando la correspondiente movilización de los Requetés el –en aquel entonces– Infante de las Españas D. Javier de Borbón. Por desgracia, la temprana y accidentada muerte de Sanjurjo, principal garantía para el efectivo cumplimiento futuro del Pacto, así como el apoderamiento por Franco del poder en la llamada «Zona Nacional», hicieron que las políticas del «Nuevo Estado» se encauzaran por los tradicionales derroteros revolucionarios que acaban siempre desembocando, de manera lógica y natural, en los sistemas demoliberales. Esto no es una invención nuestra, sino algo pacíficamente reconocido incluso por la propia Fundación Nacional Francisco Franco, quien, en boca de uno de sus representantes, afirma que Franco «creó las condiciones para que pudiera darse esta democracia con su inestimable colaboración». Y el historiador demoliberal Pío Moa, acreditado y publicitado por dicha Fundación, afirma: «La defensa del Valle de los Caídos obliga […] a los demócratas, pues sin la obra de Franco no habría sido posible una democracia estable». Claro que, lo que para ellos es motivo de alabanza, para los legitimistas no deja de ser la mayor traición jamás habida en toda la Historia española. No sin razón afirmaba Elías de Tejada en la Prensa (1977): «Pienso que Franco ha sido, con Maroto, el hombre más enemigo que el Carlismo haya tenido». Las máximas del Pacto fundacional del 18 de Julio siguen siendo, no obstante, la única salvación de las familias españolas.

¡Feliz 18 de Julio a todos!

Félix M.ª Martín Antoniano