«El mismo 19 de julio salí voluntario al frente con el Tercio del Rey. Aquello fue impresionante: veías en la plaza del Castillo miles de voluntarios, a veces el padre y el hijo en la misma compañía; lo habían dejado todo y allí estaban dispuestos para lo que fuera. Había auténtica fe entre la gente, convencimiento de que lo que hacían era “por Dios y por la Patria”».
Así nos habla Jesús Torrens Zabalza[1], natural de Pamplona, nacido en 1908, al relatar sus memorias sobre la guerra. Hay una virtud excelente en el relato vivido en primera persona, que puede sobrepasar, con su autenticidad, la elaboración de la narración ficticia. Por este motivo, hemos decidido traer algunos testimonios de requetés navarros que se unieron al alzamiento el 19 de julio en la Plaza del Castillo de Pamplona. Los testimonios surgen de los corazones de estos hombres corajudos con la naturalidad y sencillez que los caracteriza a todos por ser requetés, es decir, por ser hombres de Dios y, dicho sea justamente, por ser también Navarros.
Joaquín Mansoa Andía, nacido en Murieta, pueblo cercano a Estella, nos relata cómo vivió el estallido de la guerra con tan solo 18 años. Su docilidad para con sus padres nos deja claro que luchaba por la Patria.
«Y llegó la noticia: “¡Que ha estallado la sublevación!, ¡todos a Estella a por armas!”. Mis hermanos (11 varones) lo dejaron todo abandonado y allá fueron, y de Estella directos al frente: había que ver aquel entusiasmo, se iba a acabar con la República que tanto nos había hecho sufrir.
(…) Yo hubiera ido con mis hermanos el primer día, pero me ordenaron que quedara en casa cuidando de los padres. Para el cuarto día yo ya no podía más, así que bajé a Estella con otro chico de Murieta que tampoco tenía edad para marchar al frente. Estuvimos toda la tarde esperando para conseguir un fusil y subir en el primer camión que saliera al frente, pero no lo logramos, y cuando anocheció, nos pusimos a andar los 12 kilómetros que teníamos hasta nuestras casas. Al llegar, mi madre me preguntó: “Hijo mío, ¿dónde has estado?”. “En Estella, madre, queríamos ir al frente”, le dije. “¡Pero hijo mío!, ya han ido tus siete hermanos”, me contestó. Ella lo sentía especialmente, porque era el más pequeño y además seminarista, así que mi padre no me dejó salir: “Joaquín, si tú te vas, ¿quién cuida el rebaño?”».
Terminamos, por ser el más importante, con el relato del mismo Jesús Torrens, cuya esperanza en el Señor durante las horas más crudas nos deja claro que luchaba por Dios. Cuenta sus momentos agonizantes en un enfrentamiento del 1 de enero de 1937, al recibir un balazo que le entró por la parte derecha del cuello y le salió por detrás del hombro izquierdo y lo dejó completamente abatido.
«Llegó el capellán, don Narciso Martínez Zarza, y me cogió de la mano mientras me daba la unción y los sacramentos. Después me sacó las cosas de los bolsillos para entregárselas a mi familia: el reloj de bolsillo, la cartera, unas llaves… Me dieron por muerto y salieron de allí pitando, porque volvía el enemigo. Yo, mientras, lo oía todo y notaba cómo me iba apagando… Pensé que iba a morir, ¡seguro!, que no tenía salvación, ¿quién iba a venir a recogerme? ¡Estaba convencido del todo! Entonces, hay una cosa por medio… que es cuando verdaderamente se reza, y hablé con Dios: “¡Señor, Señor, sácame de aquí!”. En aquel momento le dije a Dios que se acordara de que había salido voluntario por Él, y que le ofrecía eso, pero primero le pedía que me sacara de allí. Yo creo que el Señor siempre se acordará de aquello que le dije; ahora me acuerdo mucho de todas esas cosas».
Iñigo Dorronsoro de la Inmaculada, Navarra.
[1] Los testimonios están recogidos en la obra «Requetés», de Pablo Larraz Andía y Víctor Sierra-Sesúmaga.