A propósito de los últimos Sanfermines (I)

Los miembros del Cabildo de la S. I. Catedral de Pamplona, a su regreso al Templo tras la Procesión de San Fermín, sufren el hostigamiento de la chusma anticlerical. Foto: Noticias de Navarra.

Se ha suscitado una justa indignación ante los afrentosos hechos acaecidos durante la celebración de las últimas fiestas del Santo Patrono del Reino de Navarra. El nivel de degradación social al que se ha llegado queda reflejado cuando se recuerda que esas tierras constituían uno de los principales viveros de leales a la Santa Causa de los Reyes Proscritos, y se conjeturan todo tipo de razones que traten de explicar cómo se pudo venir a parar a este punto. Hemos observado que algunos indican como causa principal al deletéreo influjo del nuevo espíritu o corriente del Vaticano II, que había de tener especial consecuencia en un pueblo (como el navarro) desde siempre estrechamente vinculado a su bajo clero en el día a día de su actividad vital. Esto es cierto, pero es sólo la mitad de la verdad. Quisiéramos aprovechar esta ignominiosa circunstancia para insistir de nuevo sobre aquella otra gran causa de destrucción social a la que, no sólo no suele prestársele atención, sino que incluso se la elogia en ámbitos sedicentes «católicos».

Para ello nos serviremos de un artículo esclarecedor del navarro de pro Rafael Gambra, titulado «To be or not to be. (La coyuntura de Navarra)», publicado en El Pensamiento Navarro de 14 de Marzo de 1971. El ilustre filósofo comienza subrayando que la Fe y el marco comunitario foral son «dos realidades correlativas y paralelas» inescindibles: «todos hemos oído de este país histórico que es Navarra que, si han salido de él tantos curas, frailes y monjas, es a causa de su organización foral, es decir, de la especial forma sucesoria que (en zonas rurales) preserva vincularmente el patrimonio familiar. Y también hemos oído decir que, si Navarra conserva sus fueros, es merced a la religiosidad de los navarros y al apego a sus formas tradicionales de vivir». Aunque la Revolución usurpadora había abolido (fáctica, no legítimamente) el ordo legal-foral del viejo Reino tras la Primera Guerra Carlista, todavía se toleraban algunos restos que servían de base a las familias navarras para continuar en precario con su cristiano modo de vida, pudiendo más o menos esquivar los asiduos ataques de aquel incipiente capitalismo clásico propugnado –bajo amparo de la Usurpación– por los Altos Financieros y que se fue dilatando durante el siglo XIX. Pero a partir del siglo XX, estos Financieros occidentales adoptan y promueven un nuevo método complementario de disolución social que a la postre resultaría más decisivo y efectivo en sus resultados: nos referimos, claro está, a la planificación tecnocrática, la cual llegaría a su máxima expresión en los tiempos en que Gambra escribía este artículo de denuncia y alarma.

Teniendo todo esto en cuenta, se ve más clara la enorme importancia de los interrogantes que registra a continuación el insigne escritor navarro: «Este mutuo condicionamiento [entre la Fe verdadera y la ordenación social-familiar] se hace más patente en los momentos en que parece operarse una crisis profunda tanto en la Fe como en el sistema foral, esto es, en el ambiente humano que es Navarra. Muchos, en efecto, se preguntan hoy: ¿hasta qué punto es adecuada la organización foral para hacer frente a las grandes transformaciones socio-económicas del mundo actual? ¿Puede interesar la conservación de organismos locales, de miras y ámbitos cortos, en un mundo que se abre a grandes estructuras de tipo mundial? Quienes así hablan son los mismos que se preguntan también: ¿Puede seguir afirmándose la Fe ambiental del pueblo navarro y su apego a la estructura familiar?». Y dice en seguida: «A la primera de estas dudas contestaría yo: si se trata solamente de planificar un futuro económico con vistas a un más alto nivel de vida o renta per capita, el sistema foral vendrá a ser no sólo innecesario sino perjudicial. Porque una administración local y diferente es un obstáculo continuo para los grandes planes de estructuración económica (y fiscal). Como la organización familiar patrimonial en que ese sistema se apoya es una rémora para un gran plan de readaptación psicológica y de reciclaje. Un sistema como el foral navarro es, para esos fines, como una piedra en una máquina. Los grandes planes económicos requieren grandes ámbitos, medios humanos homogéneos (sociedad de masas) y grandes cerebros electrónicos que no son rentables –ni coordinables– en pequeños medios. No sucede lo mismo si los fines propuestos son otros, es decir, si se trata de hombres que, además de economía (y no como subproducto de ésta) tienen Fe y amor a lo propio. Si se trata de lograr una administración propia y honrada, si se trata de defenderse del poder de tecnócratas estatales o superestatales, si se trata de conservar la Fe en el seno de la familia y de su patrimonio, entonces sí es conveniente y necesario el sistema foral. Si se trata de un legítimo mejoramiento dentro de la línea de nuestro modo de vivir y creer, el sistema foral es bueno; si se trata de irnos todos de casa e incorporarnos a las grandes realizaciones de la masificación y la tecnocracia, los fueros son inútiles y absurdos».

(Continuará)

Félix M.ª Martín Antoniano