Otra cruz va a ser retirada en Castellón y podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que no será la última. Con el grito: «España, mañana será republicana» energúmenos vitoreaban la retirada de la cruz frente a los gritos de católicos: «España, unida jamás será vencida».
Debemos admitir con tristeza que ya no sabemos los católicos de esta triste patria, qué significa España. También debemos admitir que España nunca ha estado tan desunida (han arrancado el más potente nexo de unión que no es otro que la fe, aunque esta premisa ni siguiera la admiten todos los católicos). Por el contrario, hoy los católicos hablan de pluralismo, derechos fundamentales, libertades individuales sin pensar que la ideología liberal que sustenta estos conceptos es la que ha liquidado España. Cuándo gritan que «unida jamás será vencida», ¿qué quieren decir? Pareciera que anestesiados ante el doloroso panorama de una patria que se rompe, quisieran salvar al menos su nombre.
El último ejemplo de pérdida de sentido común ha sido la pasada campaña de «Abogados Cristianos» liderada por Polonia Castellanos. Su «arma invencible» para defender la cruz del Valle de Cuelgamuros ha sido recurrir al Libro Guinness de los Récords. No sabemos qué nos deparará el futuro, pero está claro que el abandono del discurso católico puede llevar a los más absurdos argumentos. Los enemigos de la religión saben poner el dedo en la llaga, pero los católicos siguen sin querer enterarse dónde está la llaga.
Acudo ahora a las siempre iluminadoras palabras de Menéndez Pelayo:
«Sólo por la unidad de la creencia adquiere un pueblo vida propia y conciencia de su fuerza unánime; sólo en ella se legitiman y arraigan sus instituciones, solo por ella corre la savia de la vida hasta las últimas ramas del tronco social. Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios, sin juzgarse todos hijos del mismo Padre y regenerados por un Sacramento común, sin ser visibles sobre sus cabezas la protección de lo alto, sin sentirla cada día en sus hijos, en su casa, en el círculo de su heredad, en la plaza del municipio nativo, sin creer que este mismo favor del cielo, que vierte el tesoro de la lluvia sobre sus campos, bendice también el lazo jurídico que él establece con sus hermanos y consagra, con óleo de justicia, la potestad que delega para el bien de la comunidad y rodea con el cíngulo de la fortaleza al guerrero que lidia contra el enemigo de la fe o el invasor extraño. ¿Qué pueblo habrá grande y fuerte? ¿Qué pueblo osará arrojarse con fe y aliento de juventud al torrente de los siglos?»
Abandonada la Unidad Católica; sin un mismo Dios, sin un mismo altar. ¿Qué queda de España?
Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas