La obsecuencia de las autoridades eclesiásticas ante los avatares del mundo moderno es uno de los mayores dramas actuales. Inevitablemente, esta actitud acarrea el debilitamiento de la Iglesia, ya que, por un lado, la sana doctrina se contamina con elementos erróneos; y por otro, en el mundo moderno no es posible otorgarle a la religión católica el altísimo lugar que se merece, lo que termina por equipararla con los grupos sectarios. Al respecto, el pasado 18 de agosto, la Conferencia Episcopal Peruana emitió un pronunciamiento titulado «Frente al deterioro político y social, busquemos una salida urgente y creativa a la crisis», poniendo de manifiesto lo que acabamos de plantear.
Los obispos señalaron que en el Perú se está viviendo una crisis que implica «[…] alarmantes niveles de descomposición política, social, económica y moral» (n. 1), cosa que es innegable. Sin embargo, llama la atención que en su pronunciamiento no hayan mencionado a Dios más que de forma, si se quiere, decorativa. No se observan referencias a la salvación de las almas, a la cristianización del Estado, a la defensa de la fe católica, ni a nada por el estilo. Las preocupaciones de los obispos parecen ser únicamente seculares (Cfr. n. 8), lo cual es de entenderse si consideramos que su punto de llegada se limita a alcanzar «[…] el desarrollo humano integral de todos los peruanos» (n. 9), olvidando por completo la restauración del Reinado Social de Cristo.
Por otro lado, se percibe el inquietante compromiso que los obispos tienen con la democracia cuando afirman que para superar la crisis «[…] es necesario defender la institucionalidad democrática […]» (n. 10). Asimismo, sostienen que «[…] el diálogo democrático responsable, respetuoso y vinculante es el único camino para dar una salida creativa, clara, decidida y viable para superar la crisis en base a consensos firmes» (n. 13). ¿Acaso ignoran los obispos que la democracia fue precisamente aquello que destruyó la tradición política peruana y que, por tanto, dio inicio a la gran crisis que hoy padece el país?
Nótese que ambos aspectos comportan una cesión a la modernidad por parte de los obispos, o sea, una pretensión de que la Iglesia se acomode o encaje en la mentalidad moderna. De ahí que en el pronunciamiento episcopal se mermen importantes cuestiones sobrenaturales y se acepte el nocivo sistema democrático. La consecuencia de ello es obvia: la doctrina de la Iglesia se menoscaba (se vuelve menos católica) y es incluida en el abanico de creencias y posiciones modernas como una más del montón. Esto último quedó particularmente evidenciado cuando a causa de que el pronunciamiento sugiriera retirar al presidente Pedro Castillo de su cargo (Cfr. n. 15), los políticos de izquierda reaccionaran intentando mostrar a la Iglesia como parte de la llamada derecha golpista, o colocándola dentro del bando de los opresores en la dialéctica marxista de opresor-oprimido. En definitiva, los ciudadanos y gobernantes dejan de ver a la religión católica como la verdad misma porque las autoridades eclesiásticas la han enlazado y deformado con el pensamiento moderno.
Las intenciones que tuvieron los obispos son desconocidas, pero lo cierto es que su pronunciamiento no respondió adecuadamente a la crisis que el Perú viene atravesando. Por el bien de todos, esperemos que su actitud se aleje de esa terrible tibieza de los que serán vomitados (Cfr. Apoc. 3, 15-16).
Francesco Núñez, Círculo Blas de Ostolaza