Los últimos aires de agosto suelen arrastrarse nostálgicos, sobre la llanura requemada. Es fácil añadir a esta impresión estacional las frustraciones por el rumbo social.
Queremos hacer mucho, pero parece que nada se puede. Bebemos los vientos por levantar valiosos edificios, pero se nos presenta un panorama en ruinas: estamos ante el imperio de la descomposición. Así rumiamos las horas, empantanados en hilos de Twitter, sumergidos en directos de Twitch y personajes de Youtube, annegados a ratos de memes, pasatiempos y otras fruslerías.
Entre los ratos muertos de este quiero y no puedo, nuestra imaginación es atropellada por una voluptuosa fantasía: una sacudida política súbita. Un ¡basta ya! repentino que clame la mayor parte de los españoles —más o menos organizados, según la ensoñación del momento—. Un golpe de timón que arroja por el desagüe la podredumbre moral que nos carcome.
Sin embargo, al volver a poner los pies en tierra, nos percatamos de que no es un hecho verosímil, no sería un acontecimiento posible. Al menos, si dejamos de lado una intervención divina, atendiendo sólo al orden natural. Porque las patrias no son conglomerados de individuos, sino yuntas de familias, gentilidades, gremios, comarcas, regiones. Y una nación donde esas sociedades internas están prácticamente desarticuladas, como hoy es España, sólo con dificultad se llama patria.
En ese sentido, no se puede exigir un movimiento de vigor en alguien cuya vida se sostiene de modo tan precario. Porque no puede mandarse a un convaleciente que guarda cama a afrontar una pesada jornada de siega. Antes es preciso sanarlo, restituirlo. Por esto no vamos a ver en el corto plazo grandes movimientos de masas contra el régimen liberal que nos aplasta: no hay sede con una potencia para encarrilarlo ni que lo soporte; de igual modo, tampoco hay suficientes españoles con disposición para incorporarse.
Antes de esos escarceos es preciso restituir, preparar. Preparar España no es cualquier cosa; disponer su cura, la restauración del predio peninsular. Se trata de un trabajo constante, sacrificado y menudo. Una faena que no se encuentra en la sublimación de ningún medio tecnológico, en las ocurrencias de personajes de irrisión, flor de un día. No está en divagaciones «larperas», donde se confunde la broma y el rigor, o en cualquier activismo errático.
Muchos piensan que la Comunión se detiene en recolectar granos de arena para formar ladrillos. Sin embargo, hay circunstancias en que no se puede hacer otra cosa: cuando no es posible hacer una política de mayor envergadura, hay que detenerse en las labores previas a esa política.
Restaurar la afligida España requiere establecer estructuras e instituciones, naturales y políticas, capaces de afrontar esa tarea. Instituciones donde acoger a quienes se pueda de una masa social desarraigada y desarticulada: entramar las entretelas del país. Instituciones desde las que poder conculcar el régimen imperante. Ésta es la única labor política en España a día de hoy.
Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo de Madrid.