Don Jaime y su amor a San Pío X

San Pío X

Juan Pablo Timaná, del Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín, comparte este relato escrito por Ignacio Romero Raizabal, que fue publicado en número 25 correspondiente al mes de febrero de 1963 del boletín MONTEJURRA.

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Recién fallecido Don Carlos, y al poco tiempo de instalarse Don Jaime en el Castillo de Frosdorf, herencia de Chambord, el Rey legítimo de Francia cuyos derechos recayeron en los monarcas carlistas españoles, uno de sus primeros actos como Caudillo de la Comunión Tradicionalista, fue un viaje a Roma para ofrecer personalmente su adhesión y cariño a Pío X, en el que se quiso acompañar de Vázquez de Mella. Y desde entonces puede decirse que vivió siempre en servicio activo al Papado, en especial de la persona del antiguo Patriarca de Venecia, que mantuvo tan íntima amistad con su Padre Don Carlos VII y con su tío carnal el Infante español Duque de Parma, padre de Don Javier y abuelo por lo tanto de nuestro Príncipe Don Carlos [Hugo de Borbón]. Por eso, cuando sus leales le llevan de regalo al Destierro una espada de honor, fruto de una suscripción Nacional, con empuñadura simbólica que representa un Requeté protegiendo a España sobre el cuerpo de un dragón impotente, podrá contestar en la madurez de sus 40 años el discurso del Duque de Solferino, que es quien le hace el ofrecimiento, con estas palabras: «Con el favor de Dios, vuestro legendario heroísmo y la cooperación de aquellos que anhelen el resurgir de la Patria, podremos restaurar el régimen que la hizo grande, próspera y feliz durante tantos siglos, y haremos que cesen las amarguras del gran Pontífice nuestro amadísimo Pío X».

Visitando en Nava del Rey la casa del lealísimo e inolvidable Resti, al ver la habitación que reproduce con exactitud el dormitorio que tenía el Señor, con los muebles y prendas de vestir todo en orden como si viviera Don Jaime y fuera a llegar de un momento a otro, me llamó la atención particularmente la Bendición Papal de San Pío X. Está fechada en el Vaticano el 16 de abril de 1910. Y el texto dice así: «A sua Altezza Reale Don Jaime de Borbón, Duca di Madrid, auspive delle divine grazie e della nostra benevolenza, impariamo de cuore l’apostolica benedizione».

Nos trajimos de esta visita a Nava del Rey, la Estella de Castilla en frase de Mella, recuerdos muy interesantes. Resti nos lo enseñaba todo con cariñosa complacencia. El jabón y el guante de baño en el cuarto de aseo. Un sombrero de paja de Don Alejandro Lerreux y una corbata de Don Santiago Alba, grandes amigos particulares del Señor, en un armario de la alcoba. Sobre la mesilla de noche un libro de oraciones, impreso en 1516, que perteneció a Carlos IV. Un ejemplar de «Pequeñeces», encuadernado con riqueza en piel española, con el siguiente autógrafo del autor en la primera página: «A Su Majestad la Reina D.ª Margarita de Borbón, humilde homenaje de affmo. Luis Coloma»…

Pero lo que más nos impresionó y viene más a cuento de este tema fue una carta al Marqués de Cerralbo en plena Guerra Europea, fechada el 1.° de diciembre de 1915, con año y medio de anticipación a la escisión mellista. Dice así: «Mi querido Marqués: Te he escrito una larga carta a principios del mes pasado. Te daba órdenes para que el periódico haga una campaña sin descanso en favor de los soberanos derechos del Sumo Pontífice. Vendrá la paz, y todos los países neutrales deben estar unidos (hablo, naturalmente, de “los católicos”) para exigir en los tratados de paz esta cláusula. No podemos tolerar que el Jefe supremo de nuestra Iglesia sea prisionero y no pueda libremente comunicarse con sus fieles, por estar, como está hoy, encerrado, en un país beligerante. ¡Y qué país, Dios mío! Mella seguramente sabrá dar el empuje necesario a esta idea para que sea una realidad el día de la paz. Te pongo estas líneas esperando que una u otra vez te llegue alguna mía. Ayer te escribí. Dios te guarde como te desea de corazón tu afectísimo Jaime».

Restituto Fernández, claro modelo de la caballerosidad clásica de los castellanos, para quien no rezó el refrán de que no hay hombre grande para su ayuda de cámara, y que heredó del Rey, con «Villa Alpens», en Niza, una preciosa colección de documentos interesantísimos y papeles inéditos, tuvo la bondad de regalarme algunas copias de su puño y letra. Y en la de esta misiva hay una nota marginal, que dice: «Esta carta fue escrita por Don Jaime, puesta al Correo, y devuelta por la Censura… ¿de quién?».

También nos contó Resti en aquella ocasión, que el Rey estuvo muchas veces en Roma, pero que no visitó nunca el Quirinal, pese a que el entonces Príncipe Humberto le había visitado en Viareggio. Y que en el año 1911, cuando se iba a pasar la Navidad con Doña Blanca en la Tenuta Reale, tuvo la dicha de acompañarle en una audiencia pontificia. «Estaba el Papa al lado de una ventana y el Rey al otro…», me decía. Él no supo de lo que hablasen. Pero la conversación no fue corta. Y recordaba emocionado que, al final, Pío X, con su sonrisa bondadosa, le dijo tiernamente: «No le dejes nunca al Señor…». ¡Qué natural y lógico ―y profético― el telegrama de don Jaime a su Delegado en España, el Marqués de Cerralbo! Don Jaime de Borbón y Borbón-Parma vivía a la sazón en el castillo de Wartegg, en Suiza, con don Javier y su Familia. Y el telegrama dice así: «Pío X ha muerto. Perdemos un apoyo y un amigo incomparable, pero tendremos un santo más en el cielo que ruega por nosotros».

Y es que el amor al Papa del gran Devoto de Santa Teresita se nos antoja que tuviera características especiales. Acaso se sintiera por su soltería y orfandad más hijo del Pontífice. Y como Rey que nació y vivió siempre en el destierro, bien puede ser que comprendiese mejor que sus Antepasados de la Monarquía Legítima la angustiosa situación personal del más ilustre Prisionero del mundo.

Ignacio Romero Raizábal