
Primera parte: aproximación diagnóstica
Ante los sucesos acaecidos tras el presunto intento de homicidio de la vicepresidente de la nación, e intentando hacer una lectura en «clave psicológica» de la situación política y social de la Argentina, podríamos señalar lo siguiente: lo sucedido es un emergente más de un largo proceso de deterioro cultural y político que viene sufriendo nuestro país desde hace poco más de 200 años, debido a una constante subordinación ideológica a la que somos sometidos.
Podríamos señalar que el pueblo argentino vive constantemente, con escasas excepciones históricas, empujado por su clase política a vivir en un estado permanente de «esquizofrenia social».
Uno de los primeros elementos que un profesional de la salud mental debe considerar en el proceso diagnóstico es si se encuentra o no conservado, en el paciente, el principio de realidad; es decir, si la persona en cuestión se encuentra en una relación saludable con su entorno, con sus leyes, si sus sentidos corresponden con la realidad, informan fidedignamente sobre ella y le permiten a la inteligencia una adecuada y coherente lectura de la verdad de la misma.
En el caso de la clase política de nuestro país, cabeza de algún modo del cuerpo social, podemos ver una absoluta, y no casual, desconexión con la realidad. De este modo, cuando alguien pierde contacto con la realidad termina desquiciado, escindido y enfermando a su entorno.
La famosa «grieta» social y política que tanto nos preocupa a los argentinos es de gravedad, es la escisión del esquizofrénico, pero es ante todo de importancia trágica porque implica una profunda grieta con la realidad. Dicha grieta trata de ser salvada ideológicamente y lo único que termina provocando es aumentar la distancia, la tensión y la enfermedad; y cuando ello ocurre el paciente cae en un estado de desestabilidad, descompensación y explosión patológica.
Tal es el estado de deterioro que vive el pueblo y sus instituciones que, continuando con el paralelismo metafórico de un paciente que padece dicha enfermedad, se encuentran debilitados y, en muchos casos, anulados los mecanismos superiores de resolución de las crisis y conflictos: se pierde el juicio crítico, la posibilidad de encuentro real, de razonamiento, de diálogo y debate. Se termina cayendo en un encierro enfermizo de posturas ideológicas que terminan siendo construcciones delirantes, lo cual violenta y aleja a la cabeza cada vez más de la realidad. Vemos, de este modo, como el hombre común de la calle afirma ver a los políticos alejados de la vida concreta del pueblo, desfilando por los pasillos de los medios de comunicación para sostener la construcción de una realidad virtual que se impone como un bien de consumo a toda la ciudadanía.
La situación de esquizofrenia conlleva la anulación del otro en su persona, no hay encuentro real con el semejante: tan solo se lo toma como objeto que viene a enriquecer el delirio o a constituirse en villano perseguidor, en caso de oponerse al mismo. El bien común no existe, pues el otro es anulado.
El enfermo esquizofrénico tiene la certeza absoluta de todo, cae en el pensamiento único, utiliza los discursos de anulación y conlleva la utilización de grandes recursos conductuales, emocionales e intelectuales para sostener el delirio tiránico. En el caso de lo social vemos como la construcción ideológica requiere de la utilización de grandes sumas de dinero y recursos institucionales y mediáticos para sostener el relato ideológico, el cual no es más que una falsa realidad a la que nos someten a vivirla como si fuera lo real; se termina gobernando desde el show y no desde la verdad. Todo esto es un modo de violencia, claro, pues se violenta a la realidad al no contemplarla y reconocerla, al querer que se amolde y encaje con los postulados de una ideología; se violenta al ser humano, al contrariar y subvertir la esencia de su psiquismo y su natural sociabilidad; pues se mal gobierna, también, desde la subversión antropológica.
La esquizofrenia conlleva un deterioro cognitivo progresivo, se va anulando la posibilidad de un pensamiento sano y se termina cayendo en la utilización de mecanismos de defensa primitivos como: la utilización de la violencia, la demonización del otro, los fanatismos idolátricos, etc. Un mecanismo muy evidente, también, es el de la proyección: donde se arroja al otro la culpa y responsabilidad absoluta de todos los sucesos, se pierde la capacidad auto reflexiva y de auto crítica; y por ende se deteriora la posibilidad de aprendizaje y superación.
El enfermo de esquizofrenia y su pérdida de realidad conlleva el desconocimiento de la legalidad objetiva, busca crear una nueva realidad, una nueva ley adaptada al propio comportamiento anárquico y caprichoso. Rompe con el mundo para crear su propio mundo: el mundo del tirano, el cual termina gobernando egoístamente para sí mismo y a lo sumo para los intereses del propio partido. Cualquier similitud con la realidad de la clase política argentina no es mera coincidencia.
Llegados a este punto en el que hicimos un sucinto recorrido por las características fenomenológicas y sintomáticas de la esquizofrenia; y en el que metafóricamente se transfirieron sus cualidades a la realidad del cuerpo social argentino y su clase política, afirmando que vivimos una «esquizofrenia social»; cabe preguntarse cuál será el tratamiento trazado y la dirección de la cura. Queda, pues, abierta la pregunta al lector al que ofrecemos un vídeo en el canal YouTube de La Esperanza con una entrevista sobre el contenido de este artículo, mientras llega una segunda entrega de estas reflexiones.
Francisco Javier Viejobueno, Círculo Tradicionalista Río de la Plata