Doctor Putin

Ceremonia en un templo ruso. Foto: The Conversation

Que el liberalismo vive de la ruptura y de la disputa resulta de todo menos novedoso: primero, en nuestra patria, quiebra la continuidad dinástica y la composición orgánica de nuestros reinos; luego, envenena esos reinos, territorios y regiones, históricamente diferenciados de los demás en su Derecho y en sus costumbres, y les inocula el pesticida del Estado entendido como nación autodeterminada; y, por último, enfrenta al marido con su mujer, a la esposa con su marido y al joven con su sexo.

De esta manera, ese hombre viejo, que estaba determinado por la Religión y por las costumbres de sus antepasados, empieza a convertirse en un hombre nuevo que solicita la autodeterminación de su nación —Cataluña, Vascongadas, Galicia, región leonesa, etc.—, así como la libertad para determinar su Religión y para emanciparse de sus vínculos más cercanos, desde las relaciones paterno filiales hasta el matrimonio. Así las cosas, ese nuevo hombre, viejo Adán, termina en guerra consigo mismo, sin saber cuál es su sexo ni el motivo de su existencia.

Por desgracia, Putin vive en un atascamiento categórico propio de la Segunda Guerra Mundial y divide el mundo entre nazis y la antigua e inexistente Unión Soviética. Sin embargo, las motivaciones que expresa y que subyacen su último discurso en torno a su «operación militar especial» resultan sorprendentemente —déjenme que me haga el sorprendido— certeras: señala que desde la finalización de la perestroika en 1991 se ha pretendido dividir los territorios históricos de Rusia para enfrentarlos contra su madre patria y convertirlos en carne de cañón del globalismo occidental.

Por ese motivo, porque, si existiesen patrias sin desmembrar, las gentes se verían en deuda con sus antepasados y no consentirían que Estados ajenos a su tradición eligiesen sobre su vida y organización política a través de las campañas mediáticas y publicitarias de las grandes multinacionales, Putin y gran parte del pueblo ruso consideran de suma importancia recuperar sus territorios históricos con el fin de que no pierdan la noción de lo que fueron, de lo que son y de lo que serán.

Y es que, si el liberalismo tiene interés en romper las grandes naciones de la historia, como Rusia o España, es porque el pasado de esas naciones constituye un dique de contención frente a sus abyectas depravaciones, en las que cada uno, desde el Estado hasta una niña de dieciséis años, viven muy autodeterminados, aunque sin saber qué es lo que determina su vivir.

España, por su parte, a pesar de que algunos insistan en abrir todavía más las heridas, ya fue quebrada, y la diversidad de naciones que nacieron después de su ruptura no dio lugar a una construcción heteróclita del mundo, sino a una homogeneidad en el envilecimiento espiritual.

Tal vez, tanto en ese pasado como en este presente, nos hubiera venido como anillo al dedo un doctor Putin, que no sólo diagnostica a los pueblos en lo que a geopolítica se refiere, sino que también está realizando un diagnóstico acertado sobre el hastío existencial, que ahoga y exprime a nuestra civilización de viejos adanes.

Pablo Nicolás Sánchez, Navarra