
La Secretaría Política de Don Sixto Enrique de Borbón ha publicado una nota, ya conocida de los lectores de LA ESPERANZA, que se ocupa de otra barbaridad perpetrada por el expríncipe Carlos Javier (de Borbón Parma): una especie de carta de sucesión otorgada para un título creado por el impostor Carlos Pío de Habsburgo-Lorena, el que se hacía llamar «Carlos VIII» por la gracia de Franco.
Todo el asunto es esperpéntico: Carlos Javier llama «Rey» al que quiso suplantar a su abuelo Don Javier de Borbón; y lo llama también «mi antepasado». Con parecido tino genealógico podría otorgar títulos japoneses y llamar antepasado suyo a Hirohito. Si no han leído aún la nota de la Secretaría Política, por favor háganlo antes de seguir leyendo.
Permítasenos ampliar la información contenida en la nota citada. El beneficiario del título de fantasía «Marqués de Arana» es Carlos Marañón de Arana, chamarilero sevillano, aberrosexualista «casado» con Manuel Morales de Jodar. Éste compró la Casa Palacio de San Benito, en Cazalla de la Sierra, donde ambos residen a la par que alquilan alojamientos como casa rural.

Esa peculiar relación venérea puede ser la explicación de la extraña cláusula «Podrá transmitirlo a su sobrino» que contiene la chapucera carta de sucesión que le ha dado Carlos Javier a Carlos Marañón de Arana. Completamente innecesaria, por otra parte, si el marquesado de Arana fuera un título de verdad. A falta de hijos, la sucesión de sobrinos es perfectamente legítima. Da la impresión de que Carlos Javier no lo sabe.

El caso es que el tal Marañón de Arana no es carlista, sino juanista (véase la imagen correspondiente, sacada de su Facebook). Así que completamos el círculo: uno que a ratos se dice sucesor de Don Javier de Borbón y «Jefe de la dinastía Carlista» (sic), otorga o rehabilita un título octavista (de falso carlismo creado precisamente contra Don Javier de Borbón) a un juanista aberrosexualista.
Claro que la cosa tiene precedentes. ¿O acaso Carlos Javier no creó «caballero» de su «Real Orden de la Legitimidad Proscripta – ROLP» (así llama él a su sucedáneo de la Orden de la Legitimidad Proscrita) a Raúl Morodo, socialista, embajador de José Luis Rodríguez Zapatero en Venezuela, y encausado por corrupción, evasión fiscal y blanqueo de capitales?
Pues sí, Carlos Javier hizo también eso mismo. Una orden creada para premiar los sacrificios y sufrimientos por la Causa carlista. ¿Por qué? Quizá nos den la clave unas palabras del obituario que Morodo escribió en El País para el también expríncipe traidor Carlos Hugo, padre de Carlos Javier, fallecido en 2010: «Superada la Transición, consolidada la democracia, Carlos Hugo se alejó de la política activa: con un silencio consciente … comprometido con una democracia progresista y que hizo también su propio camino al andar. Un largo trabajo al que se sentía obligado como un deber cívico: ayudar a fortalecer la tolerancia y la libertad, sin las que, unidas a una solidaridad social, no es posible una real convivencia entre todos los españoles». Es decir: Carlos Hugo ayudó a traer el Régimen del 78 (su mal llamado «Partido Carlista» incluso pidió oficialmente el «sí» en el referéndum constitucional de 1978). Una vez casi desarticulado el verdadero Carlismo y consolidado el nuevo régimen liberal querido por los EE.UU., ni Carlos Hugo ni el «Partido Carlista» tenían ya nada más que hacer. Eso mismo afirmaron —por escrito e impreso— sus colaboradores más cercanos, como el pseudohistoriador José Carlos Clemente y el jesuita (arrupita) Arturo Juncosa.
Pero como el Carlismo se desarticula de muy mala gana, sigue moviéndose. Con Don Sixto Enrique de Borbón a la cabeza. Y ahí entra su sobrino Carlos Javier, tras décadas de alejamiento: a confundir y marear y, si es posible, poner al Carlismo en ridículo. Halaga su vanidad que los ignaros lo llamen «Duque de Parma» y hasta «rey carlista»; y, habiendo demostrado el expríncipe que su inteligencia es tan basta como vasta es su ignorancia, el ridículo es su especialidad. Resucitando títulos mariposones, por ejemplo.
El asunto da para más. Continuará, si Dios quiere.
Protágoras