A pesar del heroísmo mostrado, estos enfrentamientos terminaron en derrota lo cual llevó a que, para consumar la ocupación de la capital mejicana, desde la noche del 12 de septiembre y la madrugada del 13, comenzaran los bombardeos contra el castillo de Chapultepec, ubicado en la cima del cerro del mismo nombre. Éste era defendido principalmente por los miembros del Batallón Activo de San Blas, dirigido por el coronel Felipe Santiago Xicoténcatl, descendiente de la nobleza tlaxcalteca y quienes, a pesar de los épicos esfuerzos, fueron derrotados terminando muerto en combate su comandante.
Ya sintiéndose dueños de la situación, los estadounidenses recibieron las descargas de artillería de los jóvenes cadetes del Colegio Militar, quienes, a pesar de haber tenido permiso para evacuar, decidieron quedarse en el Castillo para defender el punto hasta el final, aunque sin éxito. Fueron seis los cadetes que murieron en acción quedando muchos más heridos y prisioneros, sus nombres fueron Juan de la Barrera, Juan Escutia, Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca, Francisco Márquez y Vicente Suarez. No se pretende dudar de su heroísmo y de su pundonor mostrados en batalla y llevados hasta el sacrificio de la vida terrenal a corta edad, pero es en este punto donde comienzan los mitos impuestos por las instancias oficiales que desde hace varias décadas han manipulado a su conveniencia la historia mejicana.
El primero de estos mitos es el nombre con el que suelen designarse que es el de «Niños Héroes» cuando en realidad los cadetes tenían entre 14 y 20 años de edad. Por otro lado es muy conocida entre los mejicanos la leyenda sobre la muerte de Juan Escutia, según la cual éste habría subido hasta el alcázar del castillo para tomar la bandera y arrojarse con ella al vacío supuestamente para evitar que el enemigo la tomara en sus manos. Sin embargo, hay indicios de que Escutia murió en realidad durante un intento de repliegue y ese episodio es más bien una adaptación sobre el relato del deceso de Margarito Suazo quien fue un capitán que murió en la batalla de Molino del Rey apenas unos días antes con una bandera de su batallón doblada y escondida en el cuerpo. La bandera del castillo de hecho fue efectivamente capturada por los invasores y devuelta cien años después de la batalla.
Por otro lado, en 1952 durante el gobierno del entonces presidente Miguel Alemán, con la finalidad de intentar legitimar la construcción de un nuevo monumento en memoria de los cadetes, se difundió en la prensa el hallazgo de seis cráneos y otros restos óseos en las faldas del Cerro de Chapultepec que supuestamente pertenecían a los “Niños Héroes”. Era imposible comprobar a quien correspondían dichos restos, pero las autoridades prácticamente por decreto, establecieron que pertenecían a los cadetes y con ello se fortaleció la idea de edificar un nuevo monumento que hoy es conocido como «el altar a la patria».
Otra de las tergiversaciones en torno a la Batalla de Chapultepec fue que se oculta el hecho de que en la misma participó Miguel Miramón, quien se convertiría en destacado representante del ultramontanismo antiliberal mejicano y uno de los principales líderes políticos y militares del conservadurismo opuesto al masón Benito Juárez. Miramón que entonces tenía solo 15 años, resultó herido durante el combate, aunque nunca se le ha reconocido el haber arriesgado su vida frente al agresor anglosajón.
La Batalla de Chapultepec, más allá de las tergiversaciones y mitos fabricados por el nacionalismo revolucionario, representa desde luego un motivo de orgullo y una muestra de la valentía que mostraron los herederos de la Nueva España, frente a un ejército numeroso y mejor armado que comenzaba sus andanzas de agresión a otros países, mismas que continúan hasta la fecha. Esta misma capacidad de resistencia debemos mostrar todos aquellos que reivindicamos la legitimidad de las instituciones monárquicas tradicionales frente a lo que pareciera ser una avasalladora hegemonía de la modernidad.
Austreberto Martínez, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.